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Adiós a un historiador

Si hay un ejemplo de lucha en los avatares y la sabiduría de la longevidad cuando es aprovechada por el tiempo, tenemos a uno que no podemos insertar en la duda. Ese ejemplo lo da la existencia de Enrique Bolaños Geyer.

Personalmente no tuve el gusto de tratarlo de rostro a rostro, solo oyéndole la voz que nunca apagó durante fue el hombre público que ejerció la Presidencia de la República.

No fue un político profesional dedicado solo a esos vaivenes y en esa particularidad podría estar uno de los méritos que lo consagró como un buen administrador de la nación, modelo en la ejecución de su militancia ética. Las circunstancias lo llevaron al cargo público no porque fuera liberal ni porque fuera conservador sino porque en ese aspecto su imagen no fue extrovertida en verde por el color de la tradición ni tampoco teñida en rojo. Por lo tanto, no fue según mi percepción ni liberal ni conservador. Se puso el vestido de una de las paralelas porque así lo consideraba la pasión partidaria de su antecesor Arnoldo Alemán, quien fue un factor importante para que el ilustre ausente llevara esas galas más protocolarias que ideológicas las que por cierto nunca fueron bien interpretadas.

En esos días convulsos cargados de pandemias políticas y sanitarias muere el longevo de los 93 años que anduvo acariciando la proximidad del siglo, beneficiario de la lucidez mental que lo condujo a la posición de historiador. En ese sentido sostengo una opinión personal. Fue fundamentalmente un historiador. Por esa razón título mi artículo: Adiós a un historiador porque lo fue con la fortaleza de los hechos vividos, uno de los cuales hace referencia a la lucha por el poder en una Nicaragua agitada entre bajos y altos, una demostración en la realidad de lo que ha sido esta patria cantada y llorada mil veces por quienes han sido sus ruiseñores en el dolor y la alegría.

No puede negarse que tuvo sus lapsos depresivos como corresponde a todo ser humano y más en las entrañas de su sensibilidad puesto en la soledad por la muerte de su esposa cuyo brillo siempre estuvo latente en los dedos del dolor y por la muerte de tres de sus hijos. Ese mérito de resistencia es lo que también valoro y exalto en este artículo pues no es para cualquiera sentir en carne propia una pausa tan prolongada en el silencio.

La historia es la “maestra de la vida” fue la conclusión que pinta con jerarquía indeleble a Heródoto, don Enrique la tiene junto a él en su biblioteca que lleva no solo sus nombres sino la motivación de su destino extensivo a esta y las venideras generaciones.

El autor es periodista.

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