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Sacerdotes que son santos

En algunos países aparentan escandalizarse con los casos de niños indígenas encontrados en cementerios clandestinos en Canadá.

El escándalo no es por los actos bárbaros y salvajes cometidos contra los infantes indígenas por lo que estas personas se rasgan las vestiduras, sino por el lugar en que se cometieron los hechos condenables, a como fueron las guarderías infantiles dizque católicas.

Pero las “prácticas y experimentos médicos y científicos” así como el personal administrativo que laboró en ellas, no eran católicos, no porque estos sean santos, ni que no sean capaces de cometer una locura, sino porque esto representa odio a la raza indígena, odio contra un inocente, algo que es contrario totalmente al catolicismo.

Poco se cuenta de los hechos santos de los sacerdotes, me voy a referir en particular a los de la Congregación Vicentina.

En las obras de San Vicente de Paúl, tomo III, página 279, encontramos una carta del sacerdote Juan Barreau, cónsul en Argel, escrita en el mes de mayo del año 1648, dirigida al reverendísimo sacerdote Vicente de Paúl, superior general de la congregación de la Misión.

Encontramos la narración y el testimonio del sacerdote Barreau, quien describe las obras y muerte del sacerdote Santiago Lesage, perteneciente a la congregación.

Igual al sacerdote Lesage, también fueron enviados a Argel, los sacerdotes Bonifacio Nouelly y Juan Dieppe, quienes tenían la misión de socorrer a los esclavos católicos y extender la fe para ese tiempo en esas regiones, y que murieron y fueron enterrados en esas tierras como verdaderos mártires, atendiendo sin miedo a los enfermos de la peste, a la cual ellos también sucumbieron, pero sin temor alguno.

Dice Barreau del sacerdote Lesage: “Brilló solamente en esta ciudad como un relámpago, pero su esplendor dejó huellas muy sensibles de sus efectos y que son muy dignas de ser consideradas”.

Su misión no fue tan larga como la del difunto padre Nouelly; pero su trabajo no ha sido menor.

En la misma carta dice Barreau: “Si se sintió mucho la muerte del padre Nouelly, no menos lo fue esta”.

Al día siguiente, lo llevamos a Bab-Azoun, al lado del padre Nouelly, en compañía de 400 o 500 cristianos, que lloraban al verse abandonados en medio de los peligros que corrían, dado que los demás sacerdotes no quieren atreverse a tanto; y si no hay corazones parecidos a los de aquellos dos padres, difícilmente podrán ser socorridos.

Barreau, es claro, no todos los sacerdotes estaban dispuestos a correr peligro, y no es que sea malo, la prudencia humana aconseja ser precavido, así que, para aventurarse a aguas profundas, sin duda hace falta oración y ayuno.

El mismo sacerdote Juan Barreau murió por la peste dos años después de narrar para la historia el heroísmo de sus hermanos, sin darse cuenta que él era un instrumento de fe y amor para el futuro de los voluntariados vicentinos, adaptándose a otra pandemia en nuestra historia.

El autor es integrante de la Sociedad San Vicente de Paúl.

Opinión Canadá
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