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Sueños de un hermoso pasado

CARTAS DE AMOR A NICARAGUA

Querida Nicaragua: Los tiempos de antaño decimos que siempre fueron mejores. Al menos eso les oía decir a mis padres y a mis tíos durante mi infancia y mi adolescencia. Ellos rememoraban los tiempos de su infancia más remotos todavía que los nuestros. No puedo dejar de rememorar esos tiempos de la mula y la carreta, de los coches de caballos, de los juegos infantiles en las calles pues no había internet, ni computadoras, ni celulares, ni televisores.

Apenas uno que otro radio de aquellos de onda corta en los que medio se oían las novelas de la C.M.Q. de La Habana. Los niños jugábamos trompos, canicas, omblígate, cero escondido, y éramos felices con aquellos juegos tan sencillos y elementales.

Abordé un coche de caballos de aquellos que llevaban una campanilla para sonarla antes de llegar a la esquina, pues no había semáforos y me bajé tranquilamente en la Voz de la América Central, donde estaba la flor y nata de la radiodifusión nacional y donde yo comenzaba a practicar como locutor. Los pobres caballos cocheros, tan flacos como el Rocinante de don Quijote, recibían cuerazos para que caminaran más rápido y a veces caían exhaustos. Le dije al cochero que los alimentara mejor, que les diera zacate verde. Me contestó que el zacate estaba carísimo, que era incomprable, que a los caballos les daba guate día de por medio y agua todos los días. Perdí el encanto que había sentido cuando conocí los coches de caballos viniendo de mi pueblo, donde se usaba la mula y la carreta tirada por bueyes. Al bajarme en la radio empecé a buscar computadoras para escribir un libreto pero solo encontré tres viejas máquinas de escribir marca Remington, de unas que salían en las películas de vaqueros y que los sherifs usaban para sus informes. En una de ellas escribía mi amigo Eduardo López Meza, que como yo comenzaba sus prácticas radiales.

Le pregunté si había internet, computadoras y televisores donde monitorear noticias. Eduardo me quedó viendo como si yo fuera un loco y me preguntó qué era todo eso, que en la radio solo había aquellas máquinas de escribir, una discoteca con música de la época y un micrófono donde hablaban los locutores. No dejaba de mirarme como si yo realmente fuera un desquiciado mental.

Decidí caminar un rato a pie por aquellas calles pavimentadas donde ni siquiera los cipotes podían jugar trompos o juegos callejeros y empecé a ver carretones de caballos que cargaban manojos de diferente grosor de zacate verdecito para alimento de caballos. Le pregunté a uno de los dueños de un carretón por el precio del zacate y me dijo que tenían varios precios de acuerdo con el tamaño del manojo. Había manojos de tres córdobas, de a cinco y de diez córdobas, en fin de todo precio. Tomando en cuenta que en aquellos tiempos la libra de sal costaba medio centavo, que los huevos eran a 15 centavos la docena, y que una ama de casa mandaba al mercado dos córdobas y la empleada traía víveres y vegetales, carne para sopa y todo lo necesario para un buen almuerzo, llegué a la triste conclusión de que el zacate para los caballos, es decir la movilización en las ciudades, era igual o más cara que la propia gasolina de los tiempos modernos.

Me levanté azorado y confundido de aquel largo sueño que había tenido, un sueño que me estaba reflejando la verdad de las flaquezas de la humanidad. Nos aprovechamos de todo para ganar más dinero. El zacate resultaba tan caro como la gasolina de hoy en día.

El autor es empresario radial. Fue candidato a la Presidencia de Nicaragua.

Opinión América Central humanidad locutores
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