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El aporte historiográfico de Íncer Moraga

He leído con suma atención las 817 páginas de Una historia de Nicaragua (Managua, Editorial Amerrisque, 2020), elaborada por Heberto Íncer Moraga (Boaco, 1941). Se trata de un ensayo, a pesar de su extensión, incompleto —lo reconoce su autor— no destinado a historiadores profesionales, ni a docentes en cátedras universitarias; pero saturado de entusiasmo e interés por escribir una versión expuesta al debate y a la crítica.

Honestamente, Íncer Moraga se define como un aficionado que desea apartarse de la historiografía dogmática o de la maniquea. Que no opta por la cristiana y la marxista, la perversa (Sandino, el calvario de las Segovias) y la heroica (Sandino, general de hombres libres). Prefiere interpretar libremente los acontecimientos y concluir: “Desde 1821, año tras año, hemos labrado el fracaso que tenemos a la vista porque los días de cada época nos condujeron al destino equivocado”.

A lo largo de su trayectoria escritural, Íncer Moraga tiene en su haber tres libros. En el primero, Lanza en ristre, destaca la lucha contra el somocismo —tanto colectiva como personalmente, lo cual le llevó padecer dos años y medio de cárcel antes del 19 de julio del 79— y las vivencias en su Boaco natal y en España. Las otras dos son novelas: Las trampas de Ismael (“una recreación del drama humano y de la crisis de los años 80”) y Días de mis noches (“la historia de una Dulcinea siempre venerada por don Quijote, pero liada con un refinado donjuán”). Ambas no se han valorado aún dentro del desarrollo del género en lo que va del siglo XXI.

Pero ahora cumple con un esfuerzo admirable: el de abarcar integralmente la existencia histórica del país en dos tomos. Uno consta de 319 páginas y comprende desde los pueblos originarios hasta 1893, dividido en tres partes: I. “Al principio todo era confusión”, titulillo tomado del Génesis (capítulo 1, versículo 2); II. “Amigo, ¿qué país es este?”, frase de Shakespeare; y III. “La era de Saturno: el odio en tiempos del cólera”, incluyendo el fin de la república conservadora del siglo XIX, a la que denomina “La era de la plutocracia”. El otro tomo, de 418 páginas, va desde el régimen de José Santos Zelaya (caracterizado por “la violación sistemática de la Constitución”) hasta, prácticamente, nuestros días a través de una síntesis cronológica de 1957 a 2020.

Íncer Moraga aspira a que el lector de su obra conozca bien el pasado y consigna que fue en la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuvo una licenciatura en Economía, que leería dos obras en las cuales aprendió el valor de la historiografía: ¿Qué es la historia? de E. H. Carr (1892-1982) e Idea de la historia de R. G. Collingwood (1889-1943). Siguiendo a este historiador inglés, comprendió que cada generación debe reescribir la historia a su manera y revisar a fondo sus preguntas y respuestas precedentes; y ha creído que no es tarde para emprender la suya de “aprendiz de historiador”, insatisfecho con las lecturas de bachillerato o con los “apuntes” del primer año de estudios generales de la universidad y, como lo puntualiza, con la falsificadora historia “oficial”.

Con todo, sus fuentes no son primarias, sino secundarias, comenzando con las crónicas decimonónicas de los Ayón (Tomás y Alfonso), José D. Gámez, Jerónimo Pérez y Francisco Ortega Arancibia. Recurre a los datos poco confiables de Wikipedia, a la biblioteca virtual de don Enrique Bolaños Geyer y a la Historia general de Centroamérica auspiciada por la Flacso. Asimismo, cita a historiadores contemporáneos como Sofonías Salvatierra y obras de los estadounidenses Arthur Link, Richard Millet y Knut Walter, del argentino Gregorio Selser, del uruguayo Carlos Quijano, del guatemalteco Severo Martínez Peláez, de los costarricenses Carlos Meléndez y Chester Zelaya, y de los nicaragüenses Abelardo Cuadra, Onofre Guevara, Jaime Íncer Barquero, Eduardo Pérez-Valle, Agustín Tórrez-Lazo, Jorge Eduardo Arellano, Jesús Miguel Blandón, Óscar-René Vargas, Francisco Boza Gutiérrez, Mercedes Mauleón Isla, Arturo Cruz Sequeira y Salomón Delgado, entre otros.

Por ello solo cabe esperar de Una historia de Nicaragua un recuento narrativo, no nuevos hechos sustentados en documentos poco conocidos; pero Íncer Moraga escudriña las causas de esos hechos con el ánimo de aportar un conocimiento útil y sustantivo.

Aseguro, para concluir, que el aporte historiográfico de Íncer Moraga no tendrá —como desea— interlocutores que dialoguen con él sobre nuestra historia, porque en Nicaragua son escasos los que leen cosas serias y valiosas. Además, no existen muchas personas cultas como él, capaces de estar al tanto de las recientes investigaciones extraordinarias de autores extranjeros como lo demuestra en su obra. Una de ellas es la del historiador francés Christian Duverger sobre la autoría de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

El autor es miembro de numero de la Academia Nicaragüense de Historia y Geografía.

Opinión Enrique Bolaños Geyer libros Madrid
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