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¿A dónde vamos?

La naturaleza humana es conflictiva, reacia a la reconciliación, proclive a la discusión, a polemizar ad-infinitum, todo esto activado por una tendencia innata y malsana  a prevalecer; ejemplos de esto abundan a lo largo de la historia en diferentes estadios o ambientes de la vida personal, nacional o internacional. El resultado casi en un 100 por ciento  es el desacuerdo que por lógica sirve de nutritivo medio de cultivo para prolongar la discusión, apareciendo las esporas de las palabras salidas de tono, los irrespetos, los señalamientos emotivos, que endilgados con ligereza o bien pronunciados torpemente por una lengua pesada y ebria de enojo, se transforman en acusaciones sin fundamento.

         Todo ese caldo de cultivo termina engendrando el germen de la violencia; más destructivo para el hombre y sus distintas células y órganos de convivencia como son la familia, la sociedad, la patria, el planeta. El hombre como ser inteligente, dotado de las más altas funciones superiores, también está llamado a conciliar su vida con la naturaleza y el resto del universo. El germen de la violencia subyace en el fracaso de prometedoras vidas personales, en la frustración para desarrollar familias estables, en el retraso en el progreso de  pueblos y naciones… ¡Guerras, guerras y más guerras!

         Violencia dice el diccionario:  “…a alguien o sobre alguien, es obligarle por medio de la fuerza física o moral, a hacer algo contra su voluntad”. La violencia per-se ,  dirigida o ejecutada por cualquier persona, grupo humano, institución, ente o autoridad, está proscrita por toda legislación y por la razón misma… toda violencia es irracional.

         Esto es asunto tan sensitivo en la formación de la individualidad de cada ser humano, que explica a satisfacción, el porqué los padres o progenitores deben abstenerse de ella bajo ningún pretexto, sea este para castigar o disciplinar;  y esto es extensivo por supuesto,  para personas e instituciones en posiciones de autoridad. Nada es más dañino en el proceso de formación del individuo y en la reconstrucción de una sociedad, que proceder irracionalmente, que violentar la voluntad personal.

         La historia de nuestra patria está tachonada de consecutivos períodos violentos, todos ellos teñidos de sangre de hermanos en donde el común denominador ha sido el deseo de prevalecer, lo que ha originado la pérdida de la sensatez, del sentido común, con la consecuente claudicación de la razón y de la capacidad de ponderar, medir consecuencias y decidir caminos inteligentes de persuasión y consenso… todo ello ha nutrido el mencionado caldo de cultivo, generando los brotes de la violencia.

         La Iglesia católica como una institución fundacional en nuestro país, ha debido tener un papel de protagonista y no de espectador… no es real y menos racional pretender que el catolicismo se reduzca a prácticas devocionales limitadas al reducto de los templos o parroquias donde se realicen liturgias o cultos íntimos que no trasciendan sus paredes. ¡No puede ser!… sobre todo que el fin último de la religión en síntesis es la relación de Dios con el hombre, es alcanzar la unión de ese binomio Hombre-Dios, Dios-Hombre. El Evangelio, que es el mensaje de Jesús debe penetrar los ambientes, fábricas y talleres, campos, calles, colegios y universidades, tugurios y monasterios, presidios y juzgados, cortes y palacios reales; en fin donde halla un hombre o mujer necesitado de su luz.

         Es menester saber y entender que la Iglesia católica de todos los tiempos ha tenido un grupo de fieles que casualmente constituyen la “feligresía” y otro grupo de discípulos que componen la iglesia de compromiso; ambos grupos son fieles al Señor y su palabra, la diferencia es que a los últimos los “devora el celo por su casa”, son los auténticos discípulos. En un mundo ya no precisamente materializado sino desespiritualizado, es necesario la iglesia de discípulos, los que son suscitados dentro de su pueblo, por el mismo Señor. Son hombres y mujeres que aman de la manera que enseñó Jesucristo, que se detienen en el camino y vendan las heridas de su prójimo, que ofrecen la otra mejilla, dispuestos a perdonar y abrazar la cruz.

         La valentía en la confesión de su fe rubrica la identidad del discípulo, que a riesgo de sí mismo testifica de su Señor… y lo hace de tal forma que hace caso omiso de ser tildado de ridículo o alienado. ¡De rodillas en público ante su Dios!

         No es de extrañar la perplejidad y desconcierto de muchos “creyentes” e incrédulos que desconocen la palabra en la Carta de San Pablo a los Corintios:

“Pues lo que en Dios parece ser una tontería, es más sabio que toda sabiduría humana, y lo que en Dios puede parecer debilidad, es más fuerte que toda fuerza humana”. Quo vadis Domine (“¿A dónde vas, Señor?”), preguntó San Pedro a Jesús. Su respuesta le hizo cambiar de opinión y regresar: El Señor le contestó: “Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo”.

         Y se regresó Pedro a Roma por la misma Vía Sacra… y confesó su fe en Jesucristo, con su sangre. ¡El amor esfuma el temor y hace posible muchas cosas! ¡Creo que el abrazo que ofrece la Iglesia católica, debe ser acogido!

El autor es médico.

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