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¿Son las religiones la única vía para llegar Dios?

El fallecimiento de mi madre en octubre pasado, me marcó de tal forma que hoy pongo en el tamiz de la racionalidad situaciones y cosas que antes daba por ciertas o verídicas, sin mayores cuestionamientos, entre ellas la comunicación de nosotros los mortales con el Creador.

Es tan fuerte y tan gratificante tener la certeza que Dios te escuchó, que al final de tu oración quedás con una gran paz espiritual. Hasta donde mi memoria alcanza, recuerdo a mi madre orando por las noches todos los días de su vida, por más de media hora de rodillas junto a su cama, pidiendo a Dios por todos. Comenzaba por sus hijos, hermana, nietos, amistades, por la humanidad entera, hasta terminar pidiendo que aliviara cualquier dolor que padeciera el perrito del vecino que era una maquinita de ladrar todo el día. En toda su vida jamás hizo mal a nadie y repartió amor y cariño a todos los que eran parte de su entorno.

He hecho esta breve introducción porque estoy convencido que cuando se cree en la existencia de un ser supremo bondadoso y vives bajo sus preceptos, no puedes ser otra cosa más que una persona de bien. Otra cosa que no olvido, es que solo asistía a alguna iglesia para complacer a alguna amistad que se lo solicitaba y siempre creyó que para comunicarse con Dios cualquier lugar era bueno, si se hacía con fe y devoción.

En la actualidad están sucediendo tantas cosas en el mundo que me es difícil aceptar aquello de que ni una sola hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios. He llegado al convencimiento que todas las religiones en la actualidad tienen una autoridad que rige su actuar, llámese papa, pastor, apóstol o rabino, todos son seres humanos cuyas acciones y preceptos solo son aceptados sin chistar por quienes profesan su religión y en algunos casos sus compromisos son tan grandes que sus acciones o falta de acción tienen un propósito o motivo totalmente ajeno al espiritual.

Por ello ahora acepto con más facilidad, aquello del libre albedrío, a pesar que dicho principio, tiene implicaciones religiosas, éticas, psicológicas, jurídicas y hasta científicas. Yo lo resumo como la facultad que tenemos las personas de poder elegir y tomar nuestras propias decisiones. La aceptación de ese principio nos ayudaría a cuestionar de manera racional el actuar de algunas personas, especialmente de aquellas cuyas acciones tienen repercusiones sobre otros.

 En todas las iglesias ha habido hombres y mujeres que dedicaron sus vidas al servicio del bien común, ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, el papa Juan Pablo II, nuestro padre Odorico y muchos otros que como estos los hay también en todas las religiones. Ellos por no estar entre nosotros están por encima del bien o el mal, dicho de otra forma, muy por encima de la maldad humana.

Siguiendo con mis dudas filosóficas y teológicas, por llamarlas de algún modo, me es difícil aceptar que si una o varias personas están padeciendo hambre o pasando por un peligro inminente, hay que pedirles que únicamente recen. Eso es persuadirlos a aceptar con resignación el mal que los aqueja. Según un adagio popular que asumo debe estar en alguna parte de la Biblia, se afirma que en algún momento Dios nuestro Señor dijo “Ayúdate que yo te ayudaré” y eso me hace más sentido que la resignación.

Reafirmando los conceptos anteriores, soy un convencido que la historia la han escrito aquellos que no se resignaron, los que no aceptaron situaciones con las que no se identificaban o que no eran afines a sus principios cualquiera que estos fueran. En síntesis, creo que ninguna religión es intrínsecamente mala y tampoco ninguna puede arrogarse el título de ser la única vía para llegar al Creador y mucho menos para alcanzar la gracia de la vida eterna que nos dejó ofrecida.

El autor es comentarista de temas políticos y sociales.

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