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La inútil estrategia del acomodo

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LA PRENSA

LA PRENSA bien podría estar trabajando desde su edificio, con sus directivos libres, sin su personal en el exilio. Podría. Todo es que tras las primeras amenazas hubiese eliminado de sus páginas las críticas al régimen y, mejor aún, si se hubiese dedicado a reproducir el discurso del régimen tal como le gusta a Rosario Murillo. Pero decidió ser LA PRENSA y eso implica informar a sus lectores y, en consecuencia, pagar el costo que eso significa ante quienes exigen la mentira, el apañamiento a los abusos y el hacerse de la vista gorda ante la corrupción. O sea, bien pudiese seguir siendo un periódico que se edita en Carretera Norte, pero habría dejado de ser LA PRENSA tal como ha sido en sus 96 años.

El loco peligroso

Lo dije hace muchos años en esta misma columna, que Ortega se comporta como el loco del barrio. Va por ahí quebrando ventanas, golpeando niños e insultando transeúntes sin que nadie le haga nada porque es “un loco” y nunca se sabe cómo va a reaccionar. Desde que Daniel Ortega regresó al poder ha usado la estrategia “del loco peligroso” para salirse con la suya. “Miren, soy peligroso, voy a hacer lo que yo quiero y si alguien se opone, le va a ir peor, yo no respondo porque soy loco”, parece decir. Es la estrategia del acomodo. Aprender a vivir con la bestia sin incomodarla.

Tula Cuecho

Como a otros países no puede enviar a sus policías o paramilitares, insulta a sus autoridades y diplomáticos de la peor forma para que, de ahí en adelante, se la piensen dos veces antes de contradecirlo. Si son sus amigotes de izquierda quienes le critican, los tilda de “agentes del imperio”, y ya se callan por temor a más desacreditaciones. Es una Tula Cuecho a la que temen en el vecindario “por el derecho de calumniar” que se atribuye.

Acomodo

Cada vez más sectores y personas utilizan la estrategia de “no molestar al loco” disfrazada de nombres bonitos. Sin embargo, donde algunos ven “diplomacia”, “prudencia”, “sigilo” o “jugada inteligente”, Daniel Ortega ve cobardía y la usa a su favor. Hasta ahora no he visto que esa estrategia del acomodo haya dado resultado alguno para detener los abusos de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Al contrario, pienso que esa actitud repetidamente usada ha servido de combustible a su dictadura para avanzar hasta donde ha llegado.

Alucinante

Lo raro es que cada vez más personas recomiendan hacer lo que Ortega quiere. No lo provoquen. No sean imprudentes. Eso significa que los periodistas dejemos de hacer periodismo. Que los sacerdotes dejen de dar sermones. Que los empresarios paguen coimas y se queden callados cuando sean expropiados. Que los familiares de los presos políticos agradezcan la justicia del “buen gobierno”. En palabras nicaragüenses, “agarrarle la vara” al régimen y aceptar como real, justo y legítimo el mundo alucinante que existe en su cerebro.

Me pega porque me quiere

El régimen ha criminalizado hasta las reacciones naturales a sus propias agresiones. Por ejemplo, ve como “violencia” que el obispo Rolando Álvarez haya seguido haciendo sus misas, a pesar del encierro en que lo tenía. Si el régimen le da un garrotazo, no meta las manos porque eso es agresión y lo llevará a los tribunales. No diga “¡ay!” o “¡socorro!” porque eso es noticia falsa o incitación a la violencia. El ciudadano que el régimen pretende construir es uno como aquella hermana de la muchacha secuestrada en la curia, que agradeció a la policía secuestradora “por cuidarla” y al “buen gobierno” por liberarla. Algo así como “me pega porque me quiere”.

El Estado soy yo

Lo irónico de todo esto es que ni siquiera esa estrategia del acomodo, de no molestar a la bestia, garantiza que se salvará. Solo gana tiempo. Vive un poco más mientras la maquinaria trituradora avanza. Porque en los planes de Ortega y Murillo no está que existan medios de comunicación que no controlen, por muy domesticados que se comporten, religión que no sea la suya, donde ya está reservado el papel de suma sacerdotisa para ella, y el de dios para él cuando se muera. Tampoco quieren más empresarios que ellos y sus testaferros. Ni colegios privados. Ni organizaciones. Ellos quieren una monarquía donde el Estado sean ellos. Y nada más. Ni usted ni yo cabemos.

Resistir

No se trata por supuesto de inmolarse ni de realizar acciones temerarias o, mucho menos, llamar a la violencia. Ni siquiera se trata de ponerse al mismo nivel de Ortega y Murillo. Aquí hay muchas personas y organizaciones, que como en el caso de LA PRENSA, están pagando el costo de no acomodarse. Se trata de resistir siendo uno mismo, sin convertirse en ese ente acomodado que como la oveja vive tranquila en el corral hasta el día que el matarife llega por ella cuchillo en mano.

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