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Postalita al che Francisco

En vista de que la Iglesia católica ha estado en la picota pública mundial por múltiples razones, he decidido escribir esta postalita al papa Francisco.

Para comenzar, deseo aclarar que profeso la religión católica desde que tengo uso de razón, fui bautizado y confirmado en la antigua Catedral de Managua. Recuerdo como si fuese hoy que, viviendo una cuadra al norte del antiguo Estadio Nacional, concurría a la misa de las seis de la tarde a la iglesia San Antonio, que nos quedaba a dos cuadras de la casa. Por más de cinco años acompañé a rezar el santo rosario a mi Tita (mi tía abuela) en esa época todavía los sacerdotes ofrecían la misa en latín.

Les he hecho este pequeño relato para dejar en claro que soy un católico practicante y aunque no asisto a misa con la misma regularidad de antes, sí vivo mi vida sin maltratar a nadie y trato de hacer el bien a mis semejantes tanto como me es posible.

En una ocasión durante un evento juvenil pregunté al sacerdote que, si Dios nuestro Señor había sido católico y su repuesta fue un rotundo no, y me dio una explicación que como no la recuerdo muy bien, les comparto lo que encontré en Wikipedia sobre el origen del catolicismo.

Se originó en la región de Judea, que formaba parte del Imperio Romano, a partir de la prédica de Jesús de Nazaret a quién consideran el mesías enviado por Dios y anunciado en las profecías de la Biblia. Los seguidores iniciales de Jesús comenzaron a propagar sus ideales y creencias desde el primer siglo de nuestra era.

La palabra “católica” deriva del griego y significa “universal”. La mención de este término más antigua que se conoce pertenece a una carta de Ignacio de Antioquía, del siglo II. Por esa época, comenzó a usarse para diferenciar lo que se consideraba la Iglesia verdadera de las disidentes. La divulgación del evangelio encomendada por Jesucristo a sus seguidores tuvo como consecuencia la expansión del cristianismo por todo el mundo desde sus inicios.

A partir del descubrimiento europeo de América, realizado en tiempos de los reyes católicos, se inició un proceso de evangelización que expandió el catolicismo a este continente. Luego de la reforma protestante, la Iglesia católica, apostólica y romana se reivindicó a sí misma como heredera del cristianismo original y aceptó la autoridad infalible del papa.

Así que usted, mi querido Che Francisco, es por votación de los cardenales un descendiente más que ha sido designado para dirigir los destinos de la religión católica mientras viva. Algo con lo que no tengo ningún inconveniente, aunque sí un poco con el calificativo de santo, pues me cuesta digerir que alguien se pueda convertir en santo por votación, aunque esta sea cardenalicia.

 Como expresé al inicio de este escrito, últimamente la Iglesia ha estado sometida a muchas presiones, muchas de ellas del continente americano, en donde el Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano) congrega fácilmente a la mayor cantidad de fieles en el mundo.

 Somos más de mil millones, lo que lo convierte en el dirigente del grupo humano más grande del mundo y por lo tanto sus acciones u omisiones afectan directamente a un grupo social de importancia. Para poder gobernar o dirigir tan vasto imperio religioso tiene a sus cardenales, obispos, arzobispos, sacerdotes, monjas y diáconos entre otros muchos. Por lo tanto, es obligación suya velar por la integridad de todo tipo de estos.

Además, quiero decirle que a muchos católicos se nos hace muy difícil entender cómo por razones terrenales no cumple con una de las funciones que juró cumplir en su ordenación. La Iglesia católica, la iglesia que usted dirige, está pasando muchas dificultades en el mundo y el hecho que usted y sus consejeros soslayen dicha situación, de ninguna manera quiere decir que dejó de existir.

Recientemente varios miembros de su iglesia han tratado de justificar su actitud aduciendo que la Iglesia tiene su particular forma de actuar y que esta es diplomática. Se imagina usted si Dios nuestro señor hubiera practicado esa doctrina cuando lo llevaron ante Poncio Pilato. No me cabe la menor duda que hubiera evitado los suplicios de la crucifixión. ¿Pero qué hubiese pasado con nosotros? En el único lugar en el mundo donde se aseguraba que las cosas que no aparecían no existen, es en las páginas amarillas de nuestras guías telefónicas hoy en desuso.

Los más de mil millones de católicos latinoamericanos, estamos muy al pendiente de usted, mi estimado che Francisco.

El autor es comentarista político.

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