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/ Pedro Talavera

Nicaragua, ¡urge otra Revolución!

Sobre Nicaragua pesa una maldición. Es la maldición de la silla embrujada que ocupó la dinastía Somoza por más de seis décadas y que hoy detenta otro remedo de dictador, Daniel Ortega Saavedra.

La paradoja del destino de esta noble tierra de lucha, de prohombres como Rubén Darío y César Augusto Sandino, es que así como se gestó en los setenta una insurrección, una “Ofensiva Final”, que derribó al dictador Anastasio Somoza, tras el asesinato del director de LA PRENSA, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, hoy tras el asalto y cierre del mismo Diario de parte de los sicarios de Daniel Ortega, se cierne otra insurgencia.

Hoy, Daniel Ortega se mira en el mismo espejo de Anastasio Somoza. Adopta sus mismas actitudes. Se mueve entre el despotismo y la mentira. Es atrabiliario y actúa sin compasión ante sus enemigos y las cárceles no son suficientes para sus enemigos que son todo un pueblo.

Daniel terminará como Anastasio, en el exilio, escondiéndose de la metralla o de un bazucazo. Y es que lo que antes fue su bandera de lucha social e ir a las montañas a la insurgencia en busca de la libertad, hoy es su bacinica.

Ver de rodillas levantando los brazos a los representantes de la Iglesia ante la amenaza del fusil mueve al coraje, a la impotencia, al desengaño. Observar cómo se asalta al Diario LA PRENSA y exilia a toda su redacción, luego de llevar a prisión a su directiva, va más allá de un atropello, es la regresión a la vieja dictadura cuyo pueblo tuvo que ofrendar 35 mil muertos para que terminara la estirpe sangrienta.

Hoy, al más viejo estilo somocista cientos de políticos disidentes, luchadores sociales, académicos, intelectuales e inconformes por el fraude electoral que permitió la reelección presidencial de Daniel y —hágame usted el favor— su esposa como vicepresidenta, así como la población que se atreve a manifestar su inconformidad, no son arrojados al volcán, pero sí a inmundas mazmorras.

¿Qué pasó con ese guerrillero del norte de Nicaragua que probó en la cárcel los sinsabores de la represión somocista? ¿Dónde quedó el luchador amado por el viejo sandinismo que desde la montaña y en la clandestinidad, juró por la liberación de su pueblo? ¿Dónde quedaron sus valores morales, éticos y de familia?

Y lo más importante ¿dónde quedó ese grito de batalla “¡Aquí Nicaragua libre! que hoy como remedo se invoca cada 19 de julio?

Edgar Hernández y Pedro Talavera (periodistas mexicanos) lamentamos profundamente haber creído en la causa sandinista. Esa que se prostituyó 25 años después y que nos llevó a visitar una Nicaragua libre que no existía más que en los discursos.

Pero más lamentamos el estado de excepción impuesto en los últimos años a nuestra amada Nicaragua por un incomprensible autoritarismo que terminó arrumbando los ideales de Ernesto Cardenal, que llevó al exilio a Sergio Ramírez, que metió a la cárcel a la familia de Violeta Chamorro y dejó en el olvido a Carlos Fonseca.

Y si este régimen que se cree perpetuo, ya olvidó la trova libertaria de los Mejía Godoy, si ya metieron al baúl de los recuerdos a los comandantes de la Revolución Henry Ruiz, Tomás Borge, Carlos Núñez y a nuestro paisano Víctor Tirado López o a Luis Carrión, Jaime Wheelock y Bayardo Arce, que son los que dieron patria a Nicaragua, los comprometidos con la causa libertaria no los olvidamos.

El engaño.

Estos escribanos hemos de confesar que en otros momentos y circunstancias, donde el maquillaje de la democracia escondía las verdaderas intenciones de Daniel Ortega, nos tocó asistir en  2017, al 38 aniversario de la Revolución de Nicaragua, en donde la ciudadanía celebró nuestro trabajo de cuatro décadas atrás. Para aquel momento se observaba aún, una Nicaragua sonriente, pujante, con ganas de ir a la alternancia para fortalecer la democracia. Ello, sin embargo, se convirtió en quimera.

A la vuelta de un par de años un ensarapado autoritarismo sacó el garrote desatando una incontenible ola de violencia y muerte. Acaso por ello quienes esto suscribimos, declinamos regresar a Managua debido a que “no había condiciones ante el estado convulso de violencia y muerte que vive nuestra hermana república”, según escribimos en una carta dirigida a Daniel Ortega, de la cual nunca acusó recibo.

Así se publicó en la víspera del 19 de julio de 2019 en el Diario LA PRENSA: “Los reporteros mexicanos Edgar Hernández y Pedro Talavera, autores del documental La ofensiva final —cuyos derechos de autor se los apropiaron los hijos de Daniel Ortega— llamamos al gobierno a parar ‘el derramamiento de la sangre de los jóvenes’ y ‘que los fusiles guarden silencio’.

“Por haber participado en la lucha libertaria de Nicaragua y por ese amor que nos despierta esta noble tierra, hacemos un fervoroso ruego para que la paz regrese a las calles (de Nicaragua).

“Confiamos que la situación se resuelva por medio del diálogo al tiempo que nos manifestamos dispuestos a participar, de la mano de nuestros hermanos nicaragüenses, hasta alcanzar tan anhelada paz”.

 Eso fue el 26 de junio del 2019 en donde al paso de los meses la situación empeoró y de cien muertos en las últimas semanas, la mayoría niños y jóvenes e incluso recién nacidos, en esta víspera la sumatoria rebasa los 351 caídos,  la mayoría menos de 22 años… “Lo cual es inadmisible”.

¡Así no es!, viejo comandante.

Recordemos, tal como lo escribimos en esa misiva, que “hemos sido testigos, hace cuatro décadas, de una lucha insurgente que detentó por más de medio siglo el poder con la fuerza de las armas y un genocidio que arrojó más de 35 mil muertos, 100 mil heridos, 150 mil refugiados, 40 mil huérfanos de guerra y un millón de nicaragüenses sin alimentos ni dinero”.

“Nicaragua, por tanto, no merece más derramamiento de sangre”. Eso pensábamos, pero lamentablemente observamos que Daniel, no.Ese, sin embargo, habrá de ser su peor error ya que como se dice aquí en México, solo provocará que despierte el “Nicaragua bronco”, el pueblo insurgente, el revolucionario.

A ver quién lo para.

Hoy no hay duda que en ese pueblo hermano se cierne una revolución silenciosa. Demos tan solo, tiempo al tiempo.

Los autores son periodistas mexicanos, Premios Nacionales de Periodismo

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