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Seamos agradecidos

Hemos de saber que: la gratitud como virtud humana solo es virtud cuando se hace con sinceridad, puesto que hay formas de agradecer que se hacen por conveniencia, con falsedad o hasta para lograr nuevos favores de quien ya nos ha beneficiado.

Una persona que es educada, si agradece por cumplir, puede ser que no lo haga con total sinceridad; por tanto, solo cuando se va más allá del cumplimiento, cuando hay convicción de que hemos recibido un favor, entonces podemos decir que alcanzamos el grado de virtud humana.

Esta virtud humana pasa a ser virtud cristiana cuando valoramos en verdad a la persona o institución de la que nos viene el favor, reconociendo a la o las personas que nos favorecieron en su dignidad humana, en su condición de hijos de Dios, entonces la fe nos conduce hasta Dios, dador de todo bien.

A diario hay numerosos motivos para agradecerle al Señor. Pero es triste que esa virtud humana o cristiana de la gratitud se ejercite fuera de casa, pero dentro de ella seamos mal agradecidos entre esposos, entre padres e hijos o entre hermanos. La gratitud fortalece la vida matrimonial y la vida familiar. No nos cansemos de decir “gracias” en el seno de nuestro hogar.

Tengamos presente que diez leprosos le piden a Jesús, gritándole desde lejos, que los cure de su enfermedad. Los leprosos no podían entrar en las ciudades, lo tenían prohibido por el peligro de contagio, por eso ni siquiera se acercan a Jesús. Entonces le gritaron diciéndole: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17, 13).

El Señor los mandó a que fueran a presentarse a los sacerdotes. Estos diez hombres se pusieron de inmediato en camino, lo cual supone que le creyeron a Jesús, esperando irse curando mientras caminaban.

En este sentido, los diez leprosos son de admirar e imitar, porque cuando pedimos algo al Señor no debemos sentarnos a esperar que el milagro suceda, sino dar pruebas de que realmente le creemos, aunque este no suceda instantáneamente. Ellos avanzaron con fe y esperanza en el Señor.

El milagro sucedió mientras iban de camino y uno de ellos se regresó alabando a Dios en voz alta, y al llegar ante Jesús se postró a sus pies para darle gracias. El que regresó era un samaritano, es decir, un forastero perteneciente a un pueblo contra el que los judíos estaban de pleito.

Jesús preguntó por los otros nueve que no regresaron para agradecer. Al final le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). Por más fe que manifestaron los otros nueve, al quedar curados se olvidaron de agradecer a Dios, y su fe no les alcanzó para salvarse, pues su alma siguió llena de la lepra espiritual.

Tengamos presente a Naamán, el general del ejército de Siria, quien, sin ser miembro del pueblo de Israel vino a ver al profeta Eliseo con la esperanza de quedar sano con su intercesión ante el Dios de Israel.

Él se muestra agradecido con Eliseo por salvarlo de su lepra, y quiere darle algunos regalos, pero el profeta se niega a recibirlos, pues quiere que le quede bien claro que la curación le vino de Dios. Naamán le pide entonces llevarse unos sacos de tierra de aquel lugar para construir con ella un altar en su patria para el Dios de Israel, pues en adelante solo a Él ofrecerá sus sacrificios. (2Re 5,14-17).

San Pablo aconseja a Timoteo acordarse siempre de Jesucristo Resucitado de entre los muertos. “Si morimos con Él, viviremos con Él”; y también nosotros, podemos morir cada día por los pequeños o grandes sacrificios que realicemos por amor a Dios, así viviremos eternamente con Jesús. (2 Tim 2,8-10).

También le dice: “Si lo negamos, Él también nos negará”; esto es en el juicio ante el Padre. Entonces le dice finalmente: “Si le somos infieles, Él permanece fiel” (2 Tim 2, 11-13); así es que, si hemos sido infieles a Jesús, podemos regresar a la fidelidad, y encontraremos al amigo fiel que nos espera.

El autor es sacerdote católico.

Opinión fidelidad
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