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El señor cardenal y su querida madre

Después de regresar de la santa misa de cuerpo presente de doña Lilliam Solórzano de Brenes —recién fallecida madre de nuestro querido arzobispo cardenal Leopoldo Brenes Solórzano— me puse a hojear, una vez más, el libro Tú me has enviado, que recoge la vida, pensamiento y sentimientos del señor cardenal en una larga entrevista que me concediera durante horas distribuidas en varios días.

Encontré en sus narraciones, como siempre, el extraordinario vínculo de amor filial entre él y su querida madre. También pude reencontrarme con la personalidad y la humildad que caracterizan al cardenal. Por cierto, al final del libro se publica la opinión que sobre el cardenal Brenes expresan diferentes personajes, y llama la atención que todos destacan su humildad.

Tras esa personalidad, con sus cualidades y virtudes, está doña Lilliam, la persona más cercana a él en este mundo y quien más ha influido en su vida, porque no es la escuela o colegio, ni el seminario ni la universidad, los que forman y educan a una persona, sino su familia. Aquellos instruyen, pero la familia educa.

 Es evidente la humildad de nuestro cardenal creado como tal por un papa que decidió llamarse Francisco, por ser Francisco de Asís el santo más humilde y más cercano a los pobres —como lo es Jesús—. Si en algo se parecen el cardenal y el papa es en su humildad. Pero una humildad que es cristiana, fructífera, enseñada y practicada por Cristo. Humildad como virtud que implica otras virtudes, porque conlleva prudencia; y esa prudencia demuestra la sabiduría que es un don del Espíritu Santo (cf. 1 Corintios 12,7-11).

Sabiduría y prudencia con la humildad de quienes saben conducir al Pueblo de Dios sin ostentación ni exhibicionismo, sin afán de notoriedad ni buscando elogios y alabanzas. De quienes entienden que la sabia prudencia indica cuándo hablar y cuando callar, cuándo actuar de una manera y cuándo de otra. De quienes no buscan los aplausos de este mundo sino cumplir la voluntad de Dios aunque el mundo no lo entienda. Que saben que lo que importa es lograr el bien y que a veces lograrlo solo es posible actuando discretamente.

El señor cardenal aprendió de su querida madre a ser humilde y servir a Dios y al prójimo, no enalteciéndose a sí mismo. Aprendió que antes del reconocimiento del mundo está hacer la voluntad de Dios; que ser prudente no significa ser cobarde, y que ser temerario no significa ser valiente. Aprendió que la venganza no es justicia; que hay que actuar según la razón y no por las emociones; que Dios nos pide ser justos, pero poniendo el amor, la misericordia y el perdón por encima de la justicia. También aprendió a perdonar, como Jesús perdonó desde la cruz a quienes lo crucificaron; como el papa Francisco perdona a quienes lo vituperan.

Juan Pablo II lo hizo obispo, y Francisco, cardenal. Pero quien lo eligió fue Dios cuando se formaba en el vientre de doña Lillian y esta, después de haber perdido varios embarazos, lo ofreció al Señor con sencillas palabras de mujer humilde ante la imagen de Jesús del Rescate, para que permitiera que ese hijo naciera si iba a servirle en lo que dispusiera. Y Jesús dispuso elegirlo para ser hoy un pastor humilde, prudente y sabio.

Doña Lilliam Solórzano fue para el cardenal Brenes “mater admirabilis” como fue María para Jesús. Una sencilla mujer costurera que se ganó el corazón del papa Francisco llamándolo cariñosamente “Panchito” cuando lo visitó en el Vaticano. Que fue apoyo y aliento en la vocación para la cual su hijo fuera elegido por Dios. Un hijo que supo corresponderle con su amor filial acompañándola, rezando con ella, alegrándola con tiernas canciones acompañadas con su guitarra, y con lágrimas cerrando sus ojos al momento de fallecer.

El autor es abogado y comentarista de temas políticos y religiosos.www.adolfomiorandasaenz.blogspot.com

Opinión humildad prudencia
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