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Construyendo ese incierto futuro

Trastornan las noticias que informan sobre una nave que ha desviado la trayectoria de un asteroide con posibilidades de un encuentro descomunal con la Tierra, mientras otra nave espacial está en modo de espera para despegar hacia Marte y emprender la exploración y colonización de mundos que ofrezcan abrigo; sobre los hallazgos en un laboratorio biológico al implantar neuronas humanas sanas en el cerebro de una rata logrando un roedor con un 30 por ciento de cerebro humano; sobre la convulsión sin pausas del planeta en protesta por el maltrato humano de los ecosistemas que ha provocado una crisis climática irreversible; sobre un robot haciendo de peluquero o una robot sirviendo el desayuno; y un Putin que a través del lenguaje corporal, en cierta entrevista, da cuenta de sus malos cálculos agresivos y su propensión criminal en la invasión a Ucrania, al sujetarse a la mesa de audición, a diferencia de hace 8 meses cuando exhibía su prepotencia sin aferrarse a ningún objeto sólido. Un sujeto tan cercano a Trump por sus rasgos incendiarios y cavernarios, sus mentiras y contradicciones.

Estas noticias, a mi juicio, dejan atrás tantos acontecimientos mundiales de los más heterogéneos y terribles desde la aparición de la revolución industrial, pasando por guerras mundiales y regionales.  A pasos agigantados avanzaron la ciencia y la tecnología, pero la academia y los gobiernos soslayaron la ética, la moral y las leyes.  En estos cinco  ejemplos hacen presencia la astronomía, la biología, la robótica, la geología y la psiquiatría, pero no convergen para habilitar un mundo amable, con seguridad y protección, en el que se pueda convivir, vivir junto “al otro”, sin temor.

La humanidad marcha a la deriva, ignorando lo que vendrá en un cercano futuro que apunta a un medio hostil que puja por la sobrevivencia del más fuerte, en menoscabo de los más vulnerables. Las potencias marchan por ampliar territorios, acaparar recursos naturales y ejercer un dominio global, sin reparar en los millones de sacrificados, sobre todo las minorías raciales y culturales. Todo ello es parte de su caldo de superioridad. Así los potentados justifican sus guerras y la guerra es una constante en la historia universal. Y el fin de la historia será el Armagedón.

Parece que en el subconsciente de los humanos se ha enraizado la necesidad de aventurarse en el espacio en una búsqueda porfiada por encontrar en la inmensidad, muy lejos del pequeño punto azul que es la Tierra, un sitio donde vivir y desarrollarse bajo otros parámetros, acondicionamientos y modificaciones en los genes, especialmente el componente reptiliano, no en cuanto a supervivencia, sino en cuanto a no atacar ni ser atacado, tal como este cerebro reptiliano ha funcionado desde el más remoto pasado evolutivo. 

 El equilibrio entre la guerra y la paz es muy frágil y delicado. Hasta ahora de nada han servido la razón y la disuasión, los tratados y los límites al comportamiento irracional. Mediante la manipulación de los estados y los individuos han prevalecido el engaño, la amenaza y los instintos. Estamos viviendo al filo de la navaja, al borde de las pasiones humanas. Si antes millones eran lanzados a la guerra, hoy un pequeño contingente puede, deliberada o erróneamente, oprimir el botón rojo para iniciar la guerra nuclear. De ahí a la extinción del género humano, no hay más que un paso. 

Esto es lo que hace que tenga sentido la búsqueda en las estrellas de un lugar habitable y seguro, pese a los cuestionamientos mediáticos. Nuestra generación no lo verá, es cierto, pero tal vez nuestra descendencia, siempre que no se interponga la necedad o locura de un iluminado demagogo y sicópata que quiera erigirse en rey y sacerdote del mundo. La ciencia y la tecnología están avanzando a marcha forzada, con rapidez excepcional, en la búsqueda de respuestas para la humanidad. Y, mientras tanto, ojalá (quiera Dios, en árabe) que el bien, el respeto y la tolerancia, entre los individuos como entre las naciones, consigan abrirse paso entre tanta maldad, molicie y mezquindad.

Y una vez más me pregunto sobre lo que deparará el destino a las recientes generaciones y de nuestra propia descendencia en unos 50 o 100 años adelante. No atino a pensar con claridad pero sí sospechas y conjeturas, de que habrá un futuro fuertemente alterado y modificado en todos los órdenes de la existencia, con cambios incesantes y estándares de vida tan diferentes en relación con lo que hasta hoy conocemos, al tenor del avance científico como a la innovación tecnológica, los que necesariamente incidirán en nuestra futura conducta, principios y valores. Por ahora estamos deconstruyendo lo conocido y construyendo ese incierto futuro.

El autor es economista

Opinión ciencia futuro principios tecnología Valores
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