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Un referéndum sobre un régimen posmoderno en EE. UU.

Las elecciones intermedias de 2022 que se celebran este martes 8 de noviembre en EE. UU. son un referéndum, no sobre un gobierno de un partido concreto con objetivos políticos contrapuestos, sino sobre un régimen que está decidido a producir un cambio sistémico. Los radicales de izquierda han secuestrado al Partido Demócrata. La condición de “régimen” se cumple por el papel auxiliar que tienen los medios de comunicación corporativos de masas, el cártel de las Big Tech, los capitalistas woke y las agencias federales de aplicación de la ley (FBI, CIA y DOJ) en la unión con el poder político en una guerra para deconstruir a EE. UU. 

Seamos claros sobre los hechos. El peligro al que se enfrenta Estados Unidos no es la posibilidad de que se convierta en una socialdemocracia. El socialismo y la socialdemocracia son dos animales totalmente distintos. El primero destruye la libertad. La segunda adopta un enfoque de Estado de bienestar dentro de un sistema democrático y capitalista. El modelo nórdico, para subrayar la cuestión, no es socialista. El régimen de izquierdas en el poder hoy en día se empeña en establecer el socialismo dentro del contexto posmoderno.

Sin enfrascarse demasiado en el tecnicismo filosófico, resulta, sin embargo, ineludible evitarlo totalmente. Cada época histórica se mueve dentro de un paradigma intelectual predominante. La Edad Moderna, por ejemplo, se apoyó enormemente en la razón. El posmodernismo, hijo frustrado del marxismo cultural, es el marco intelectual en el que vivimos hoy. La cosmovisión posmodernista sostiene que el conocimiento y la verdad están socialmente constreñidos y que el poder surge de la estructura sociopolítica que emana. 

La caída del comunismo soviético lanzó un cambio metodológico a toda máquina sobre cómo construir el socialismo dentro de las democracias occidentales. Este fue el caso, en particular, en los Estados Unidos dentro de la academia estadounidense. En adelante, se aplicaría de forma gradual según el prototipo socialista neo marxista-fabiano. Su énfasis en la cultura como variable determinante se fusionó con el posmodernismo. Este vínculo filosófico tóxico (marxismo y posmodernismo) dio a la teología material de la Teoría Crítica (un producto de la Escuela de Frankfurt) una pretensión epistemológica ampliada. La “lógica” venenosa de la Teoría Crítica de la Raza (TCR), la Ideología de Género (IG) y la Teoría Crítica Queer (TCQ) que se impone a los estadounidenses hoy en día, es el resultado de este trágico fenómeno.

Filósofos posmodernos como Michel Foucault, Jean-François Lyotard y Jacques Derrida, todos ellos marxistas que se formaron en la mentalidad de György Lukács, Antonio Gramsci y el entorno de la Escuela de Frankfurt (Max Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm y Herbert Marcuse) llevaron el marxismo cultural más allá de los límites del pensamiento concreto. Al legitimar cualquier cosa con una realidad falsa si se ajusta a una narrativa de “experiencia vivida” o a otros reparos del grupo de identidad, se convierte en “válido”. “Legitimación por paralogía” es como lo llamó Lyotard.

Los avances marxistas posmodernos fueron evidentes desde los años sesenta y cobraron impulso en los setenta. Sin embargo, el objetivo de que los medios de producción culturales trabajen para el socialismo era marginal. Los grupos de terror comunistas radicados en Estados Unidos durante ese período y los movimientos de Saul Alinsky eran actores marginales. No fue hasta que un ideólogo socialista fabiano inmerso en la teoría crítica marxista entró en la Casa Blanca, que la “marcha” socialista realmente despegó.

Para cuando Barack Obama debutó como figura política nacional en 2004 en la Convención Nacional Demócrata pronunciando el discurso principal de su partido, ya estaba bien imbuido emocionalmente de la doctrina marxista. Aparte de su madre, Ann Dunham, y su presunto amante, el comunista entrenado, Frank Marshall Davis, así como los “predicadores” de la teología de la liberación negra y los terroristas domésticos de ultraizquierda como Bill Ayers, Obama fue influenciado por una figura clave del dogma de la TCR estadounidense.   

Mientras estudiaba en Harvard, Obama cayó bajo el hechizo de Derrick Bell, considerado por muchos como el padre de la TCR. Bell fue el pionero de la Teoría Crítica Legal (TCL), que argumentaba esencialmente que los negros nunca podrían recibir justicia a través del sistema legal con el orden sociopolítico actual. La afirmación de que el “racismo sistémico” lo impedía, llegaba incluso a calificar las conquistas de los derechos civiles como meras argucias de los blancos para seguir esclavizando a los negros mediante la falsa concienciación (una variable marxista constante). La TCR creció a partir del trabajo de Bell.  

El ascenso de Obama al poder en 2009 dio paso a un esquema organizado y calibrado para hacer que Estados Unidos sea socialista siguiendo la vía gramsciana-fabiana. Se radicalizó el Partido Demócrata, se politizaron las instituciones estratégicas como el FBI, la CIA, el DOJ, el IRS (y otras) para que se ajustaran a la conformidad de la ideología y se formularon las relaciones con los medios de comunicación. El “cambio” que Obama prometió se estaba cumpliendo. Se tardaría en implantar el socialismo por partes con un toque posmoderno.

La gente suele malinterpretar todos los entresijos del marxismo y olvidar que las doctrinas políticas no están grabadas en piedra. Ver el socialismo en ciertos marcos rígidos del siglo XIX o en aplicaciones del siglo XX, es un error. El socialismo fabiano nunca se separó de la noción de que las empresas privadas sirvieran a los fines políticos. Tampoco lo hizo la Unión Soviética (recordemos la Nueva Política Económica de Lenin). Ni lo han hecho China, Vietnam o Cuba. El propio Marx se empeñó en que la praxis debía tener primacía sobre la teoría.

Los mandatos presidenciales de Obama permitieron la siembra de grandes políticas que se sustentaban moralmente en los postulados de la Teoría Crítica marxista. La “marcha” iba viento en popa. Sin embargo, dos imponderables lo cambiaron todo. Uno fue Donald Trump en 2016. El otro fue George Floyd en 2020.

Se suponía que Hillary Clinton serviría para el tercer mandato de Obama. El pueblo estadounidense pensó lo contrario. Obama hizo todo lo posible para detener a Trump en 2016 armando al FBI, la CIA y el Departamento de Justicia contra el candidato republicano y, posteriormente, presidente. La guerra sucia contra Trump fue para mantener la “marcha” socialista que el 45° presidente revirtió o estancó. Todos los intentos por destituirlo, y las teorías conspirativas de la izquierda, los encubrimientos y las falsas narrativas de los medios de comunicación corporativos y los oligarcas tecnológicos, fueron diseñados para descarrilar la presidencia de Trump haciendo correr el reloj. 

El segundo imponderable fue la desafortunada muerte del ex delincuente George Floyd. Desde la toma de posesión de Trump, los grupos terroristas comunistas habían estado practicando actividades subversivas en todo EE. UU. El hecho de que un número elevado de fiscales estatales, financiados por George Soros, simpatizaran con los terroristas domésticos marxistas, alentó las actividades insidiosas. La izquierda radical aprovechó el momento de descontento público por la muerte de Floyd dentro de la comunidad negra y lanzó una insurrección marxista a gran escala en todo Estados Unidos durante el verano de 2020. Con las milicias comunistas de Black Lives Matter (BLM) y Antifa liderando el camino, y miembros políticos y corporativos del régimen aplaudiendo e incitando, la “marcha” se convirtió en una rebelión que ya no era sigilosa.

La chapuza de las elecciones de 2020, plagada de irregularidades que implicaron cambios en las leyes electorales por parte de agentes inconstitucionales que validaron cuestionables métodos de voto por correo, el uso de dinero oscuro y un leviatán mediático (comunicación y social) partidista, produjo los resultados electorales que el izquierdismo buscaba en 2016. Esta vez, no dejaron nada al azar. La revuelta comunista de BLM/Antifa, que consistía en la imposición del socialismo posmoderno, obligó al régimen de Biden-Obama a abandonar el ritmo lento de la “marcha”. Para entonces, los estadounidenses se habían dado cuenta de la estratagema. La conciencia cívica en defensa de la libertad se elevó. Lo que siguió ha sido una carrera contrarreloj de la izquierda para deconstruir Estados Unidos lo más posible.

Los demócratas han intentado todo lo imaginable para aplastar cualquier oposición a la agenda posmoderna. Categorizar a los conservadores como “terroristas domésticos”, el FBI como policía política, un sistema judicial de dos niveles, el intento de nacionalizar las leyes electorales espurias para facilitar el robo de las elecciones, la retención de los presos políticos (acusados del 6 de enero), la revisión del modelo económico jugando con la producción doméstica de combustibles fósiles, la sexualización de los niños y la promoción del dogma marxista (TCR, IG y TCQ) en las escuelas públicas, son solamente algunas de las políticas calculadas que se han ejecutado para construir un Estado socialista posmoderno en los EE. UU.       

Si los demócratas conservan el suficiente control del Congreso para continuar con la embestida socialista, las nociones de una sociedad libre se volverán un espejismo. En una toma de posesión del Congreso por parte de los republicanos, si estos comprenden plenamente los peligros a los que se enfrenta la república estadounidense y tienen la voluntad de no sucumbir a la ingenuidad o al soborno de los donantes, se puede evitar la plena implantación del autoritarismo.

No hace falta ser un genio para llegar a la conclusión de que estas elecciones son de ganar o, de lo contrario, será un apaga y vete.

El autor es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice, conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE. UU.

COMENTARIOS

  1. Hace 2 años

    Tal vez.

  2. Hace 2 años

    Si hablamos de ‘autoritarismo’ este está bien pronunciado con Trump.
    Hay que indagar cuál es el plan o proyecto a largo plazo que tienen los acérrimos que apoyan a Trump, el autor debe de saberlo bien, talvez crea que su apellido lo mantengo a resguardo.

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