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Alegres en el Señor

Hoy se nos invita a la alegría que proviene de la esperanza del Señor que ya viene. El profeta Isaías nos dice: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo… Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo!… vendrán a Sion con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha” (Is 35, 1-6. 10).

El motivo de la alegría a que se invitaba al pueblo de Israel era la esperanza de que pronto volverían de su destierro y se acabaría todo motivo de aflicción. Para nosotros los cristianos está patente la esperanza de que saldremos del destierro en este valle de lágrimas, para ir al encuentro del Señor en la Jerusalén celestial.

Nos alegramos además porque aquí y ahora gozamos de las múltiples presencias que el Señor presenta en nuestras vidas: a través de sus sacramentos, en su Palabra, en toda la gente que amamos y que nos ama, en todos los hermanos necesitados de nuestro apoyo y en todas las cosas buenas de la vida.

También es provechoso, ser pacientes en nuestra esperanza con la misma actitud que tiene un sembrador al esperar el fruto de lo que ha sembrado. Seamos pues, pacientes, y no exijamos resultados inmediatos y perfectos de nuestros esfuerzos y oraciones. (St 5,7-10).

Juan el Bautista, quien está en la cárcel, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús si él es el Mesías o si deben esperar a otro. Juan Bautista no tenía dudas sobre el mesianismo de Jesús, sino que quería que sus discípulos fueran a verlo y se convencieran de que en verdad era el Mesías. Seguramente habría un deseo en Juan, de que su gente viniera a darle testimonio de la obra de Jesús y alegrarle así sus días.

La respuesta que Jesús da a los enviados de Juan es que en él se están cumpliendo las profecías que lo anunciaban pues “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su lepra, los sordos oyen. Los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí” (Mt 11, 5-6).

¿Quién se puede sentir defraudado de Jesús? Solo aquel que pretendía conseguir de Jesús algo que se proponía y no lo ha logrado. Seguramente Judas se sintió defraudado de Jesús, al ver que no podría obtener más dinero como su discípulo más allá de lo que robaba de la bolsa común (Jn 12, 6).

Se siente defraudado de Jesús aquel discípulo que no está dispuesto a ciertas pruebas y cruces en su camino de seguimiento. Se siente defraudado de Jesús aquel que no está dispuesto a abandonarse a la voluntad del Padre como lo hizo Jesús mismo.

El Señor nos da un testimonio precioso sobre Juan el Bautista, declarándolo como el profeta anunciado en la Escritura, el cual vendría a preparar el camino del Mesías. Dice Jesús: “No ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”. ¿Pero qué diría Jesús si diera testimonio de ti o de mí? Y continúa diciendo: “Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él” (Mt 11, 11). Aquí Jesús se refiere seguramente a María, cuyo espíritu se alegra porque Dios ha mirado la pequeñez de su esclava (Lc 1, 48).

Jesús anima a sus discípulos con estas palabras a entrar en el Reino de los cielos por el camino de la humildad y de la alegría.

El autor es sacerdote católico.

Opinión esperanza mesías paciencia
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