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El altar de Pérgamo

(Der Altar von Pergamon, Staatliche Museen Zu Berlin)

Sitio e historia de Pérgamo

A lo largo de la costa occidental de Asia Menor (Anatolia, lugar del sol naciente o levante), a 28 km del mar Egeo, enfrente de la isla de Lesbos, se levanta en pendiente suave, de sur a norte, la acrópolis de Pérgamo, lugar del santuario de Atenea, diosa de la sabiduría, a la que fue consagrada la ciudad, y poco más abajo el santuario de Deméter, diosa madre de la agricultura y la civilización.

La colina, de una altura de 300 m, está limitada por dos pequeños ríos, el Selinus y el Ketios, que corren hacia el sur, a través de un valle, para desembocar como afluentes del río Caique (Kaikos).  De la ciudad helenística de Pérgamo, antiguamente floreciente y poderosa, por su arquitectura monumental, su cultura, su literatura y artes, sus conquistas y su pródiga naturaleza, ya no resta hoy más que las fundaciones, las ruinas y los escombros entre los que crecen la hierba y la maleza. 

Es todo lo que queda de una hermosa ciudad edificada sobre terrazas sucesivas que cubrían las pendientes y las alturas de la acrópolis. Y, sin embargo, todavía hoy, el sitio bañado por la luz resplandeciente del Sol egeo, sumerge al arqueólogo que viene aquí en busca de los vestigios de la antigua cultura, en una atmósfera de solemne recogimiento.  Y absorto tiende la vista hacia el fulgurante y proceloso mar, sembrado de maravillosas islas y rocosos promontorios por donde se extravió de regreso a su patria, Ítaca, el astuto y aguerrido Odiseo (Ulises), por voluntad de los dioses olímpicos, según el poeta griego Homero.

Atena o Atenea

Al suroeste de la colina, en donde se asentó Pérgamo, se encuentran las ruinas de lo que fue la ciudadela romana a partir de la conquista del reino de los atálidas por el imperio en el año 88 a.C. Hoy se encuentra la ciudad turca de Bérgamo, situada a 110 km, al norte de Izmir, antigua Esmirna.

Tal como lo atestiguan los fragmentos de vasos, ánforas y jarrones, encontrados durante las excavaciones, los primeros asentamientos humanos sobre la colina de Pérgamo se remontan al s. VI a.C.  Poco se conoce la historia de esta época remota y aun durante la época de la Grecia clásica, Pérgamo quedó sumergida en la oscuridad de la pre-historia.  La mención que hace en sus escritos el historiador ateniense Xenofonte , quien vivió a finales del s. V a.C., aporta muy poca luz sobre este período. 

Es hasta después de la muerte de Alejandro Magno de Macedonia (356-323 a.C.), en el curso de la lucha a que se enfrentaban sus generales por la sucesión del poder, cuando Pérgamo entró en la historia. En el año 282 a.C., Fileteros de Tios (posiblemente un eunuco) era un funcionario de confianza del rey (basileo) Lisímaco de Tracia, quien le confió la custodia de su tesoro y botín de guerra, además de la gobernanza de Pérgamo.

Fileteros traicionó a Lisímaco y no tardó en proclamarse basileo del pequeño reino. Se extendía este reino en una parte del valle del Caique, en la región de la Eólida, con las colinas que lo rodeaban de sur a norte. Pérgamo fue en adelante residencia real y su corte, con el devenir del tiempo, llegó a constituirse en el centro cultural del mundo helénico: altares como el de Zeus y el de Hera, santuarios espléndidamente favorecidos como el de Atenea, Deméter, Delos y Tespias; además teatro, gimnasio, ágora, etc. Su biblioteca, con más de 200,000 pergaminos, llegó a ser la más importante del mundo conocido después de la de Alejandría en Egipto.

La dinastía de los atálidas, gentilicio que se deriva del nombre del macedonio Atalo, padre de Fileteros, permaneció un siglo y medio a la cabeza del reino de Pérgamo.  Eumene I (263 – 241 a.C.), Atalo I (241-197 a.C.) y Eumene II (197-159 a.C.) tuvieron mucho éxito, al precio de duros e impetuosos combates, pero resistiendo los tan repetidos asaltos de los gálatas, de origen celta, que amenazaban Pérgamo y las ciudades de las costas de Asia Menor:  Abidos, Ilión (Troya), Mitilene, Magnesia, Esmirna, Quíos, Éfeso, Samos, Mileto, Halicarnaso. 

Las victorias obtenidas sobre sus enemigos, a los cuales se agregan los seléucidas y los bitinios, pueblos vecinos, permitieron a los soberanos de Pérgamo agrandar su territorio, desde el mar Egeo hasta el Ponto Euxino (mar Negro), en la Propóntide, y alcanzar el estatus de un gran poder en Asia Menor.  A partir del año 88 a.C., con el control de Roma, el reino pasó a ser un protectorado romano. Así fue el principio del fin de la ciudad de Pérgamo, la que fue fundada en el año 560 a.C. por Pérgamos, hijo de Neoptólemo y Andrómaca, todos ellos personajes de la guerra de Troya, en la que se enfrentaron griegos y troyanos.

El gran altar. Su arquitectura

Para agradecer a los dioses por su ayuda durante los peligrosos y violentos combates contra sus enemigos, ayuda que solo permitía la victoria, según la fértil imaginación de los antiguos, se les hacían costosas y variadas ofrendas, destinadas en Pérgamo más especialmente a Atenea por ser la patrona de la capital del reino. En el sitio destinado para quemar las ofrendas fue construido el Gran Altar de Zeus, una magnífica y subyugante construcción erigida por Eumene II sobre una terraza en la vasta explanada, lugar del santuario de la diosa. Los trabajos de esta portentosa obra se comenzaron probablemente hacia el año 180 a.C., los cuales fueron interrumpidos por la muerte del soberano en el año 159 a.C.

Tal como afirma el romano Lucio Ampelio, quien vivió a finales del s. II a.C., el altar fue considerado, desde la antigüedad, como una de las maravillas del mundo.  Ampelio dejó escrito: Un gran altar de mármol se eleva en Pérgamo, con una altura de 40 pies, adornado de esculturas espectaculares en relieve, empotradas en el zócalo, en el que se puede ver un combate de gigantes.  La construcción era casi cuadrada (36.44 m por 34.20 m).  Estaba formada por un masivo basamento, alzado sobre cinco peldaños, soportando sobre sus paredes el friso de 2.30 m de alto, que representaba la lucha de los dioses contra los gigantes; y de una parte superior rodeada de majestuosas columnas. Partiendo del basamento se extendía una escalera monumental de 20 m de largo que conduce a una plataforma, sobre la cual se encontraba el altar donde las ofrendas ardían en la hoguera.

El friso de los dioses y los gigantes 

El motivo que ilustra el friso es el mito de la gigantomaquia, el combate entre los dioses y los gigantes.  Este tema no estaba asociado a la representación de un número determinado de dioses y de gigantes, antes bien tenía para entonces una tradición del arte griego de la escultura. Realiza aquí más precisamente una clara alusión a las victorias de la dinastía pergameniense sobre los gálatas, glorificando a los atálidas, guardianes y conservadores de la cultura griega. 

En este asunto es interesante observar que los griegos, al contrario de los pueblos orientales o de los romanos, siempre se cuidaban de representar un evento histórico de su realidad, utilizando en el arte el lenguaje del mito.  También es oportuno distinguir a los gigantes monstruosos de primera generación, con piernas en forma de serpiente, de los de segunda generación, hombres muy altos, recios y fornidos. Eran hijos de Gea, diosa de la Tierra, esposa de Urano, dios del Cielo. Según Hesíodo, filósofo y poeta griego (s. VIII a.C.), los gigantes cometieron el crimen de desafiar la autoridad de los dioses olímpicos por la supremacía del Cosmos. 

Sin embargo, después de consultar un oráculo, los dioses no podían reclamar una victoria, a menos que un mortal luchara de su lado. Es así como Heracles, héroe mortal, luego divinizado, fue llamado a participar en la guerra contra los gigantes, pero la imagen de Heracles no aparece más que su nombre en la cornisa y la lengüeta de la piel de un león que el héroe usaba para protegerse, la cual ha desaparecido como muchos otros fragmentos de estas ricas esculturas durante los dos milenios que separan la creación del altar y su descubrimiento por el arqueólogo alemán Carl Humann (1839-1896).

Asimismo, han desaparecido los accesorios de metal y los vivos colores que antiguamente completaban el friso.  La vigorosa escena del combate, atravesada por un soplo de pasión, se ofrecía en toda su intensidad dramática, a los ojos de aquellos que, en procesión solemne, recorrían el contorno del altar, luego de consagrar las ofrendas a la divinidad. 

En el friso los dioses sostienen un encarnizado combate contra los gigantes, seres monstruosos, o híbridos cuando el humano se asocia al cuerpo de un animal (serpiente, cabeza de león, hocico de toro, cuernos o garras).  Al costado este del friso, está la triple diosa, titanesa ella misma, Hécate, diosa de la magia, los conjuros y las sombras, con antorcha, lanza y espada, acompañada de su perro, pelea contra un gigante con piernas de serpiente. A su lado Artemisa, diosa de la caza y la naturaleza, ataca con sus flechas de su aljaba a un gigante protegido por un bruñido casco metálico, en tanto que a sus pies su perro clava los colmillos en la pierna de serpiente del enemigo. A corta distancia de Artemisa se encuentra Leto o Letona, su madre, diosa de la maternidad y la modestia, que permanece en el grupo que rodea a Apolo, su hermano gemelo. Enseguida viene una parte del friso que hace falta.

Debido a los resultados de los últimos trabajos científicos emprendidos, se ha podido insertar una cabeza de gigante barbudo y un fragmento del ala con un pliego del ropaje, antiguamente relacionado con el costado norte del friso.  Después de extasiarse morosamente ante la carroza de tiro de la diosa Hera, celosa esposa de Zeus, la mirada es atraída por los dos grupos que constituyen el punto culminante del conjunto escenificado. Se trata de los grupos de Zeus y de Atenea: 

Zeus lucha contra Porfirion

El dios del Olimpo acaba de traspasar con su rayo el muslo de un joven gigante, un segundo gigante es abatido a tierra por la coraza cubierta de serpientes, la formidable égida del dios, en tanto que Porfirion, el tercero y más robusto de los enemigos de Zeus, resiste todavía los embates certeros del centelleante Zeus.

Atenea, cerca de su divino progenitor, lucha contra el joven gigante alado, Alcioneo, al que ella ha tomado por los cabellos tratando de lanzarlo hasta lo alto, pues según la leyenda, en la tierra maternal él permanece invencible.  La diosa Gea surgió de la tierra implorando misericordia por su hijo preferido, pero Atenea no escucha las súplicas de la madre.  La serpiente de la diosa inflige una mordedura mortal al infortunado, mientras la titanesa Niké, diosa de la victoria, acude a coronar a la diosa vencedora.

Tal como lo Indica la inscripción en la cornisa, el friso del lado este terminaba con el grupo de Ares; no obstante, la acción continuaba por el friso norte, en donde Afrodita, diosa del amor y la belleza, esposa de Ares, dios de la guerra, se apoya con toda la fuerza de su pie izquierdo sobre el rostro de un gigante muerto para arrancar su lanza del enemigo caído. Eros, dios alado del amor erótico, hijo de Afrodita, planea por encima de un gigante con piernas de serpiente que emprende su ataque contra Dione, madre de Afrodita.  Aparece ahora una serie de divinidades combatientes, cuya significación no se ha podido resolver.  Es posible que se trate de divinidades menores de las sombras y de las aguas, o bien de los compañeros de Ares. 

En todo caso se trata de divinidades ocupadas en tareas secundarias, pues de otra manera no es pertinente que un dios se encuentre representado en una situación tan desesperada como la del personaje inmovilizado por un gigante salvaje que le muerde el brazo izquierdo.  La figura dominante del friso norte es una joven, cubierta con un peplo y un manto, que sacude una jarra colmada de serpientes sobre un gigante caído a sus pies.  Ella es Nix, diosa de la noche, acompañada de sus hijas, las Moiras o Parcas, las diosas del destino, asistidas para el combate por un león. 

El friso termina con el carruaje marino de Poseidón, dios de los océanos, y por el costado noroeste del altar los habitantes del mar continúan en el combate.  Tritón, hijo de Poseidón, que se ha metamorfoseado en pez y en caballo, se acerca a tres gigantes que se aprestan a combatirlo.  También está cerca Anfitrite, esposa Poseidón, y otras dos divinidades del mar, Nereo y Doris, padres de Anfitrite.  Aquí el grupo está integrado a la escalera, atestado de gigantes en fuga, huyendo de las oceánidas, dando la impresión de desprenderse del friso para entrar en el espacio real. 

Los frisos que bordean la escalera terminan con el águila de Zeus.  Más allá, se expone el torso de un gigante alado con piernas de serpiente sobre las que se precipita el águila en su vuelo.  Solo se conservan trozos del friso siguiente que corresponden a ninfas y ménades, acompañantes en el grupo de Dionisio, dios del vino y la diversión, hijo de Semele, seguido de sátiros y una pantera.  A su lado, se encuentra la ninfa Nisa, madre de crianza del dios, y un león que se lanza al ataque. 

Todos estos grupos empalman con los protagonistas del lado sur del friso, entre los que se encuentra Rhea, la gran diosa primordial, madre de Zeus, llamada también Cibeles, cabalgando sobre un león.  A su izquierda, un águila que lleva en sus garras el rayo de Zeus, el más sublime de sus hijos. Delante del grupo de Rhea, una de las diosas, con un manto hinchado por el viento, se apresura a socorrer a un dios que intenta golpear a un híbrido con testuz bovino. 

Desde la derecha y ordenadas según avanza el día, aparecen las divinidades de la luz: se comienza con Eros, diosa de la aurora, cabalgando delante del carruaje de Helios, dios del Sol, y luego Selene, diosa de la Luna, montada en un asno. Más allá, un dios lucha contra un híbrido, hombre-león. Otro dios alado abate a uno de sus enemigos que cae de rodillas, mientras dos gigantes son alcanzados, mortalmente, por una diosa de la que solo su nombre aparece en la cornisa.  Tampoco aparece la titanesa Témis, diosa del orden, la justicia y la equidad, a quien hasta Hera se dirige con mucho respeto.

Un gigante lucha contra Artemisa

De nuevo, siguen las esculturas de las divinidades de la luz: Febe radiante, diosa de la profecía y el buen consejo, amenazando con su antorcha a un gigante, en tanto Asteria, su hija, diosa de las estrellas, penetra con su espada el pecho de un enemigo con piernas de serpiente.

Así como se ignora el nombre del verdadero fundador de Pérgamo, perdido en la noche de los tiempos, puesto que Hesíodo declara que fue Pérgamos, aunque también la leyenda nos cuenta de Télefo, pudiendo ser la misma persona, así también se desconoce el nombre del artista que concibió el friso y el nombre del que dirigió las obras esculturales.  Solo los nombres de algunos escultores, maestros y alumnos, son conocidos: Manécrates, Dionisiades, Melanipo, Orestes y Teorretos.  El de este último aparece en la cornisa que bordea la escalera por el lado sur del friso.

La autora es académica alemana. (Traducido del francés por Porfirio Gómez).

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