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La divina estrategia

La última teocracia de Europa se ha colocado de nuevo en la mesa de los jugadores activos. Han tomado cartas en el asunto arábigo y han decidido convertirse en partícipes activos del gran tablero geopolítico del mundo islámico. El sumo pontífice les ha mostrado, una vez más, a los viejos conocidos, las razones por las que la Iglesia católica sigue siendo el catalizador en la creación de imperios y que ahora, igual que siempre, va a ser una herramienta útil para saciar las ganas que tienen Oriente y Occidente de conseguir el dominio de los recursos de la península arábiga.

Pero para comprender los movimientos del papa debemos antes comprender de dónde salió el poder del enclave italiano. Su autoridad nace del Imperio Romano de Occidente. De su poderío en Europa, la latinificación de la gran mayoría de los habitantes del continente y las vastas construcciones que les heredaron a los invasores orientales soldaron la victoria del imperio contra el tiempo y borraron la mancha de la derrota de los anales de la historia.

Pero ¿qué tiene que ver el cristianismo en todo esto? ¿En qué se relacionan ambos conceptos? ¿Dónde se convergen ambas historias? En la caída del imperio, en el rápido crecimiento de feligreses y de las novedosas promesas de paz eterna que traía consigo la nueva religión. Fue entonces, cuando dejaron de arder las ciudades, cuando los escombros de las esculturas fueron barridos por el viento y los gritos despavoridos de los que las habitaban se habían acallado, que el recuerdo de lo que una vez fue quedó plasmado en las puertas de las iglesias. Es ahí cuando nace la Iglesia católica y sus subsiguientes ramas.

Y ha sido desde entonces aliada de protoimperios en búsqueda de gloria, consejera de los líderes de masas y el juez de los que se arrodillaban ante ellos. Es, tal vez, la única organización actual que conoce de manera directa y fehaciente las virtudes y dificultades de la dirección de un Estado. Y es que, para dar un ejemplo del poder que ha tenido la fe en la política global, uno de los personajes principales para el derrumbe de la URSS fue Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II. Su elección como gobernante supremo de la fe fue una de las chispas que necesitaban los sentimientos nacionalistas y antimarxistas de la Polonia ocupada.

Eso mismo está logrando Francisco I, desestabilizando las columnas de los radicales y reavivando las llamas católicas en una zona devastada por la guerra. Y es que, al contrario de lo que se cree, los hilos que conectan esta zona con Europa no están rotos del todo. A pesar de la enorme cantidad de mala prensa que lleva teniendo esta institución desde hace algunos años, aún no han podido oxidar su capacidad de mando sobre otros Estados.

El arriesgado viaje a Irak que ha realizado el papa Francisco ha sido una muestra de fuerza, un despliegue de inteligencia y una prueba a las milicias y los grupos radicalizados de la zona. También ha sido una manera en la que le demuestra a los tres interesados de la zona que para poder entrar en el nudo gordiano del mundo árabe se necesita ir de la mano con el Vaticano.

¿Y quiénes son estos tres interesados? China, Rusia y los Estados Unidos (EE. UU.). A China le ha dejado claro que la entrada al mundo occidental va a requerir que dejen atrás las políticas aconfesionales comunistas, a la Federación Rusa le ha puesto un ultimátum: unir fuerzas con el Estado del Vaticano, creando roce con la Iglesia ortodoxa, para llegar al corazón de la península o sumergirse sin la ayuda romana y arriesgarse a iniciar otro Afganistán. Y para los EE. UU. ha sido un llamado de atención por el abandono a la ayuda católica en sus misiones diplomáticas en la zona.

La cuestión ahora es: ¿quién habrá escuchado el mensaje y quién querrá aceptarlo?

El autor es escritor panameño.

Opinión Papa Francisco
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