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Bárbaros

La semana pasada sucedió una de esas que llamamos noticias del siglo, otra más en la seguidilla de primicias que hemos tenido desde el año pasado. La caída de Afganistán en manos de los talibanes es un ejemplo más de la decadencia que está sufriendo Occidente por culpa, en gran parte, de la mala gestión gubernamental que han tenido los gobiernos. Un juego al buenismo político que solo ha traído crisis.

 Para los griegos y romanos un bárbaro era aquel que balbuceaba, la palabra sale de una onomatopeya que se refería a la manera de hablar de los pueblos que habitaban fuera de las fronteras. Ahora la palabra se utiliza para referirse a aquellos que, vistos desde nuestra propia burbuja, nos parecen salvajes. Estamos regidos por Rómulo Augusto y de no haber un cambio radical en nuestra manera de pensar, nos veremos en la Roma del 476 d. C. Ahora se escucha el “balbuceo” a lo lejos. El ruido de los casquillos, los gritos y la muerte están resonando en el horizonte.

Los tiempos se repiten, solo los protagonistas cambian. Así como en la Roma del siglo V los últimos días de su esplendor se vieron manchados por una larga lista de malos líderes que desestabilizaron sus cimientos y permitieron que las fuerzas extranjeras se filtraran dentro de las murallas de la capital. Y es que lo que nosotros llamamos democracia, nuestro imperio, ya ha empezado a sufrir grietas a lo largo y ancho de su endeble equilibrio.

Hemos perdido el ímpetu, las ganas. Hemos olvidado el trabajo que se tuvo que hacer para poder defender esta democracia. Los muertos, los heridos, los destrozos, los fracasos y las batallas. Le estamos regalando el poder a los autoritarios, a los fanáticos.

Los talibanes, los nuevos protagonistas de los medios, están mostrando una nueva faceta. Una máscara para vender humo al extranjero. Amnistía y entrevistas. Liberación y perdón. Mentiras. Falacias para distraer a las fuerzas invasoras y agilizar su retirada. Una vez solos, la sangría comienza. Los ríos carmesíes limpiarán las calles de las ciudades afganas de los pasos del “imperio del mal” y de sus tóxicas ideas.

Esa es la faceta más peligrosa de los “estudiantes”, los talibanes. Su nueva manera de hacer política es más parecida a las campañas publicitarias en época electoral que a la brutalidad mostrada en la segunda mitad de la década de los 90. Han aprendido a venderse, a parecer moderados, a sonreírle a la “depravación occidental”. Y de tragarnos este burdo cuento, de olvidarnos de lo que realmente buscan, seremos testigos de un largo y trágico gobierno intransigente bajo la bandera islámica.

Pero ¿y qué más da lo que suceda? Seguiremos dándole la espalda a las crisis. Porque no se deja ver el verdadero calibre del problema o nosotros no queremos procesarlo. Nuestra sociedad, que lleva años resguardada de problemas parecidos, cree que la laxitud y la sumisión es el mejor remedio para combatir la radicalización. Hasta no ver Roma en llamas y a los bárbaros tomando las calles; hasta que no veamos nuestro imperio en ruinas no moveremos un dedo.

Los liberticidas están ya en el margen de nuestras fronteras, preparando el frente. Y es que la libertad, esa virtud tan poco entendida, está en peligro de perderse y con ella esa democracia que tanto nos gusta mencionar. Estamos entre dos corrientes que chocan y está en nuestras manos el decidir a cuál queremos saltar. La salida de las fuerzas americanas y de la OTAN de Afganistán ha desatado una tormenta a la que debemos prestar mucha atención. Una carrera en la que nos hemos visto envueltos y debemos ganar.

El autor es escritor panameño.

Opinión Afganistán amnistía talibanes
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