En varias ocasiones se suministró sobredosis de heroína con la intención de dormir y jamás levantarse, pero despertó todas las veces. Sin valor para ahorcarse o utilizar un arma de fuego, Mario Genghini se autoflageló con sustancias psicoactivas por casi dos décadas. Un año y siete meses después de haber dejado el severo abuso, entiende que su obsesión por las drogas era parte de no aceptarse a sí mismo. “De una forma, ahora que estoy consciente, veo mi consumo como una manera de suicidarme”.
Su enfermedad mental se llama “adicción”, es crónica, y afecta a unas 205 millones de personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En su caso, la dependencia es a sustancias. Comenzó con alcohol y marihuana, y continuó con psicotrópicos mucho más potentes, como la cocaína y la heroína.
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El doctor Mauricio Sánchez, médico miembro de la Asociación Mundial de Psiquiatría (WPA por sus siglas en inglés), explica que: “Los psiquiatras llegamos incluso a decir eso, que el consumo es una forma de suicidio. Da de qué reflexionar… Y la gente no va al psiquiatra por el estigma, pero hay muchos depresivos, y si vos tenés depresión, podés desarrollar adicción a sustancias, porque ¿cómo se automedica uno si está triste? Con fiesta, sustancias lícitas e ilícitas”.
De acuerdo con los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés), muchas personas no comprenden por qué o cómo otros se convierten en adictos a drogas. Con frecuencia se asume de forma equivocada que quienes abusan de sustancias carecen de principios morales y que podrían dejar de usarlas con una simple elección. En realidad, la adicción es una enfermedad compleja y superarla toma mucho más que la misma fuerza de voluntad.
El consumo de sustancias psicoactivas representa el 9 por ciento de la discapacidad en el mundo.
TOCÓ FONDO
Mario actualmente tiene 31 años. Es elocuente. Gesticula con sus brazos y mueve un poco las piernas, como con ansias. No mastica sus palabras y es franco. “Yo no tenía ningún tipo de propósito (en la vida), no me aceptaba y buscaba llenar ese hoyo con cualquier cosa: sexo, drogas, bacanal, dinero… El problema era que de ningún modo yo era funcional bajo el consumo de drogas, porque mi obsesión llegaba a un punto paralizante. Y mi egocentrismo, mi arrogancia, me hacían creer siempre que yo era el que sabía”.
De padre italiano y madre nicaragüense, Mario nació en Miami, (Florida, EE. UU.) y ahí comenzó su problema. Creía que su consumo era normal, y cuando sus amigos de la secundaria o universidad maduraban y le aconsejaban, él buscaba otros. “Fui creando mi grupo bajo mis términos”, recuerda.
Hay jóvenes que consumen y continúan sus vidas y son productivos, pero en su caso, afirma, no existía esa posibilidad. Él no la veía.
“Yo sobrevivía con dinero regalado, robado o hecho ilegalmente. No entendía a los que encontraban un amor por la vida. Me quedé estancado en el bacanal, y la agarré en contra de la sociedad porque igual la sociedad la agarra en contra del adicto. Yo buscaba ser diferente y ahí fui empeorando mi adicción”, admite Mario.
Según el NIH, aunque la decisión inicial de consumir drogas es voluntaria para la mayoría de las personas, los cambios que ocurren en el cerebro a través del tiempo desafían el autocontrol del adicto y enlentecen su habilidad para resistir a intensos impulsos de consumo. En el caso de Mario, la situación llegó a extremos.
En sus últimos años en EE. UU., el joven estaba viviendo en las calles y en las cárceles. Lo detuvieron por delitos como posesión de sustancias ilegales y ocupación de propiedad. Para dejarlo todo en el pasado, Mario vino a Nicaragua.
“Cuando vine creí que eso me iba a resolver el problema, que era como un nuevo comienzo. Pero no. Como nunca traté la adicción como enfermedad, la traté como que si no estoy consumiendo, las cosas van a ir bien, aquí pasé también cuatro años súper autodestructivos, y terminé teniendo un derrame cerebral a los 30 años. Eso me despertó”, cuenta Mario, en la tranquilidad de un balcón del Centro de Especialidades en Adicciones (CEA), en Carretera Sur, Managua.
COMPRENDER LA ENFERMEDAD
Luego de recuperarse del accidente cardiovascular, Mario siguió consumiendo. Y ese preciso instante fue el que detonó la alarma en su cabeza. “En ese momento me dije: ‘¿Qué pasa bróder?’ Y fue cuando acepté mi adicción. Porque antes la admitía, pero es muy diferente. Al fin acepté que tenía un gran problema con las drogas”.
Gracias a una terapeuta consejera en el CEA que Mario conocía, el joven ingresó al centro. Su familia —que vino a vivir a Nicaragua en 2001— no estaba de acuerdo con ayudarlo a internarse, porque ya le habían buscado ayuda en centros privados de EE. UU. y en sitios de salud pública. Mario estuvo en todo tipo de instituciones de rehabilitación, y siempre lo tomaba como un castigo. “Pero esta vez no, porque yo mismo me di la oportunidad de cambiar. Estaba decidido”, asegura.
En el kilómetro 14.3 de Carretera Sur, en una mansión con zonas verdes, árboles, piscina y canchas de tenis y baloncesto, que sirvió como casa del embajador de Italia y fue transformada en centro especializado para la recuperación de adictos en 2011, es donde Mario comprendió lo que le sucedía realmente.
“Aprendí que yo tengo una enfermedad. Emocional, mental y espiritual. Yo antes lo entendía como que yo era un degenerado. Pero venir a aprender qué es lo que me está pasando en el cerebro me permitió alistarme y protegerme contra cómo se manifiesta esta enfermedad, y puedo vivir una vida súper normal. Esto es algo que yo sí puedo hacer por el resto de mi vida, trabajándolo cada día. Me quitó un montón de peso de los hombros entender que sí existe la esperanza”, describe Mario.
CAMBIO ABISMAL
La lucha que él lleva día a día consiste en tener un propósito a la hora de levantarse. Tener metas con su vida personal y laboral, y despejarse de las obsesiones. “No puedo permitirme vivir en automático. Cuando vine al CEA no entendía que había emociones más allá de la tristeza y la alegría. Y cuando estaba triste hacía lo posible por estar alegre. No entendía cómo es la vida, que hay también un balance. Entonces eso trato todos los días ahora: estar en balance y ser la mejor persona posible ese día”.
Mario entró al CEA hace un año y siete meses, se graduó de su programa Matrix —elaborado por la Universidad de California en Los Ángeles (EE. UU.)— y sigue yendo dos días por semana por decisión propia. Ríe cuando reflexiona sobre su situación actual. Hoy manifiesta que no siente la necesidad de ser aceptado por la sociedad, porque si él se acepta a sí mismo, siente que los demás también lo aceptan.
“Desde que yo estoy limpio he abierto una empresa, me he independizado, tengo novia… Tengo una vida sumamente normal”, sella con una sonrisa.
Ahora la felicidad para él es pasear a sus dos perros pit bull y su chihuaha, disfrutar de una tarde con su novia o mirar un partido de futbol de su equipo preferido, el AS Roma, en una mañana de domingo.
Su empresa se llama Refurbish 17 y el joven usa su gusto por el diseño y sus habilidades con las manos para convertir madera que empresas desechan en muebles de finos acabados. También dice que siempre se consideró artista, pero que por las drogas jamás producía algo. Ahora cada paso nuevo es un pequeño triunfo.
181,000 personas en Nicaragua consumen algún tipo de sustancia ilícita.
¿QUÉ ES LA ADICCIÓN?
De acuerdo con el NIH, cuando una persona no puede dejar de consumir una droga voluntariamente, se llama adicción. Las drogas ya han modificado el cerebro y la sustancia se convierte en necesidad para sentirse normal.
“La adicción puede controlar la vida de una persona. Puede hacer que la necesidad por la droga sea más importante que comer o dormir, reemplaza todas las cosas que la persona solía disfrutar y esta es capaz de hacer cualquier cosa —mentir, robar, lastimar— para seguir consumiendo”, indica el NIH.
La doctora Catherine Le Galès-Camus, subdirectora general de la OMS para enfermedades no transmisibles y salud mental, declara que: “Todavía no sabemos en qué medida es curable, pero sí sabemos que existen intervenciones capaces de lograr la recuperación de la dependencia”.
La unión de medicamentos con psicoterapia del comportamiento es la forma más efectiva de asegurar el éxito para la mayoría de los pacientes, y también los tratamientos diseñados individualmente para cada paciente y su patrón de abuso.