La primera causa discapacitante en el mundo no son las enfermedades cardiovasculares, el cáncer o la diabetes. Son las enfermedades mentales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos mentales y los trastornos ligados al consumo de sustancias representan el 23 por ciento de años perdidos por discapacidad en la humanidad, más que cualquier otra causa. Pero en Nicaragua ni siquiera existe un plan nacional de salud mental, y el dinero destinado a esa área de la medicina no llega ni al uno por ciento del presupuesto de Salud Pública.
El médico psiquiatra Roberto Aguilar, exdirector del Hospital Psicosocial José Dolores Fletes de Managua, único psiquiátrico de Nicaragua, lamenta que el país no cuente con un plan de salud mental y peor aún, que el Gobierno no brinde explicaciones de por qué no hay uno.
“Aquí el plan de salud mental fue anulado en 2007. No existe. Nosotros mandamos cartas con planes y protocolos al Ministerio de Salud (Minsa), pero ni siquiera nos responden. Esta señora, Sonia Castro (ministra de Salud), no se ha dignado a responder una sola carta, entonces no sabemos si quiere, si no quiere o si le da pena preguntarle a sus jefes. Nosotros no le estamos diciendo a ella que lo planifique, sino que ellos lo rijan y nosotros nos encargamos de la parte operativa. Aquí hay que rogarles para que nos dejen ayudarles y si uno es aventado, capaz y lo corren”.
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Aguilar fue director del hospital psiquiátrico hasta 2010, cuando se retiró por problemas de salud. Ahora, en el despacho privado de su casa, describe su visión de la salud mental en Nicaragua: “Según la OMS hay casi 350 millones de depresivos en el mundo, lo que indica que aquí en Nicaragua podría haber unas 180,000 personas con depresión. Pero vos no ves a un funcionario decir: ‘Este mes detectamos a cincuenta deprimidos más y ya los pusimos con el protocolo para detectar suicidio y disminuir la tasa de suicidios en el país, que es la más alta de Centroamérica’. En vez de eso dicen: ‘Detectamos un caso de VIH y estamos luchando contra el estigma para que todo el mundo lo trate bien’. De la salud mental no se habla. Es tabú”.
ESTIGMA ES IGUAL A IGNORANCIA
Muchas personas con enfermedades mentales tienen un desafío doble. Por un lado, deben luchar contra los síntomas de su enfermedad, y por otro, deben lidiar con los estereotipos y prejuicios erróneos que rodean sus trastornos.
Un estudio de los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés), indica que hay dos tipos de estigma: el público y el personal. El primero es la reacción que la población en general tiene hacia las personas enfermas de la mente (que se simplifica usualmente con la palabra “loco”), y el segundo es el prejuicio que estas tienen contra sí mismas (vergüenza, culpabilidad, desesperanza, negligencia de buscar ayuda o atención necesaria).
El doctor Pedro Ruiz, presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría (WPA por sus siglas en inglés) entre 2011 y 2014, asegura que “un problema psiquiátrico es como un catarro, una apendicitis. Hay mucha ignorancia sobre qué son las enfermedades mentales, pero si logramos cambiar eso mediante educación, la gente sabrá que una enfermedad mental es como cualquiera otra enfermedad y tiene tratamiento”. Por ejemplo, en el caso del trastorno bipolar, considerado una enfermedad mental mayor, existen tratamientos que dan buenos resultados, asevera Ruiz. La persona que lo padece puede controlarlo con psicofármacos, balancear su estado anímico y llevar una vida tranquila con trabajo, familia e hijos.
El estigma, según el doctor Aguilar, proviene de lo espiritual, pero hoy está más ligado a la ignorancia.
“En la Edad Media, si tenías un trastorno disociativo, que ni siquiera es una enfermedad grave, como tirarte al suelo, patalear o echar espuma, lo llamaban ‘posesión del demonio’, y cuando te dabas cuenta eras parte de una barbacoa en la que eras el protagonista”, dice. Y revela que inclusive en la actualidad, la hermana de una paciente suya con buena formación académica y estatus económico alto, trató de convencerla de que lo suyo era una posesión.
El estigma mezcla entonces la génesis de trastornos mentales con creencias espirituales, y esto hace que mucha gente esconda sus enfermedades, explica Aguilar. Como resultado, sostiene, “a aquel que le diagnostican cáncer pega carrera a buscar ayuda incluso en medios de comunicación, pero un deprimido oculta su mal y piensa en el suicidio”.
PRESUPUESTO RAQUÍTICO E IMPACTO SOCIAL
En 2015, el presupuesto para Salud Pública en Nicaragua es de casi 11,000 millones de córdobas, un poco más de 400 millones de dólares, según el Minsa y el Instituto Nacional de Información para el Desarrollo. Durante el XXIX Congreso Centroamericano y del Caribe de Psiquiatría, llevado a cabo del 29 de abril al 2 de mayo 2015, se expuso que del presupuesto anual de salud, solo el 0.8 por ciento (86.7 millones de córdobas, unos 3.2 millones de dólares) es destinado a la salud mental de un país de seis millones de habitantes. Esto equivale a un gasto de 15 córdobas (0.53 centavos de dólar) para cada ciudadano. Esta cifra, de acuerdo con el secretario de educación de la WPA, Edgard Belfort, es “sumamente insuficiente”.
Para el psiquiatra, la salud mental es una cuestión de equilibrio social que concierne a todos, pues hay una relación clara entre pobreza, desempleo y desajustes sociales con los trastornos mentales. Belfort señala que la salud mental no es solo hablar de esquizofrenia o enfermedades crónicas, sino de calidad de vida, dignidad y derechos humanos.
“Nicaragua necesita un presupuesto mucho más justo y el Gobierno tiene la obligación de buscarlo. A la larga sale mucho más barato, porque un país con buena atención de salud mental tiene menos delincuencia y menos problemas ligados al componente conductual. La salud mental es la rama más importante de la salud. Si los gobiernos logran entender eso, no habría dificultad en obtener los recursos”, finaliza.
En los últimos años, según el doctor Mauricio Sánchez, psiquiatra en el Hospital Psicosocial y miembro de la WPA, se ha habilitado atención psiquiátrica pública en prácticamente todas las cabeceras departamentales de Nicaragua, y en Managua el servicio también se ha expandido. Pero la demanda es tanta y los psiquiatras siguen siendo tan pocos, que las consultas van de cinco a diez minutos por paciente, lo que también es insuficiente. Y muchas veces, se termina enviando a los pacientes al psiquiátrico nacional, en el kilómetro cinco de la Carretera Sur, en la capital.
“Este país está retrocediendo porque hace que se vea al manicomio como el centro de la psiquiatría y eso es antipsiquiatría. Los problemas de salud mental son comunitarios. Se deben atender en los centros de salud donde vos te tratás el asma, los problemas cardíacos, etc. Al psiquiátrico deben venir solo los cuadros clínicos, con características muy severas”, explica Sánchez, quien recibe muchos más casos de lo debido en el Psicosocial a causa del poco abastecimiento de médicos especialistas en el país.
Como si fuera poco, en 2013 y 2014 no se abrieron plazas para especializaciones en psiquiatría. Debido al escuálido presupuesto para salud mental y a las gestiones actuales, Nicaragua se ha convertido en un país que desde hace dos años y medio no produce psiquiatras.
15 córdobas por año por habitante es lo que gasta el Gobierno de Nicaragua en salud mental.