“Alguien se levantará después de mí, que llevará el mensaje adelante, y ustedes escúchenlo, mientras sea escritura, quédense con ella”, pronuncia en voz alta y con cierta entonación un hombre grueso, uno de los pocos que están sentados en medio de un grupo en el que hay muchos hombres y mujeres de pie. La muchedumbre grita “amén” y estalla en aplausos antes que el hombre termine de leer un fragmento de los textos del libro “William Branham, un hombre enviado de Dios”, un predicador estadounidense que falleció en los sesenta, al que consideran un “profeta” y que ha influido para que unas seiscientas personas, nicaragüenses y de otras partes de Centroamérica, abandonaran lo que tenían y comenzaran a juntarse, desde hace tres meses, aquí, en este predio caluroso llamado Venecia, en Chinandega, donde esperan que suceda —pero no saben cuándo— “El rapto”.
Mario Hernández, el hombre recio que lee el fragmento del libro de Branham, es hondureño. Nació en San Lorenzo y se crió en Puerto Cortés, donde hizo carrera en la marina mercante. Fue capitán de barco, dice Hernández, de 50 años, quien dejó atrás su pasado marino y hace pocos días se instaló en esta finca de Venecia. En los próximos días, la idea es que también se venga su familia. Lo mismo dicen otros hondureños robustos que están a su lado, cuyos vehículos están parqueados a un lado de donde están reunidos, debajo de unos árboles de nim que abundan en esta propiedad en la que ha vivido Javier Sánchez, el líder religioso de esta agrupación.
Hernández y el resto del grupo mencionan a Sánchez como el pastor “ungido” de esta denominación religiosa llamada Cuerpo Místico de Cristo, quien fue detenido en la frontera del Guasaule el pasado sábado 3 de octubre.
En las últimas dos semanas, esta congregación de personas en Venecia llamó la atención del Gobierno que mandó a funcionarios de distintas instituciones —Policía, Ministerio de Salud, Migración, la ministra de Familia, Marcia Ramírez— para atender y vigilar los movimientos de esta agrupación, cuyos miembros han dicho que se mantendrán juntos hasta que suceda el “rapto”, un momento que, según ellos, lo anuncia el libro bíblico de Tesalonicenses que dice: “Porque el señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Este texto comprendido entre los versículos 16 y 17 de Tesalonicenses, es la “palabra”, así en singular, que arrancó a Jesús Ocampo y a 56 personas más de la comunidad de Aguascalientes, Jinotega. Pero también, los que están en Venecia citan versículos de Corintios, del evangelio de Mateo y del apóstol Pablo para reforzar esa “palabra”, esa fe, por la que han venido hasta este punto del país.
Mezclan también las “profecías” del predicador William Branham, un misionero estadounidense que falleció en los años setenta después de un accidente de tránsito, al que le confieren “dones sobrenaturales” de sanación.
Ocampo, de unos 42 años, dice que sabe leer un poquito. “No bien, pero sí, un poquito como a segundo grado”, dice Ocampo, quien supo de esta iglesia cuando era un adolescente.
“Nos sentimos felices y contentos con todo esto. Cuando no estoy aquí y voy a visitar a conocidos, me siento fuera de lugar”, dice el campesino que se vino con su esposa y tres hijos de cinco, tres y un año de edad y que ya va a cumplir tres meses en Venecia.
CAMPAMENTO EN VENECIA
Venecia es un caserío rural a 80 kilómetros al noroeste de Chinandega, que vive de la agricultura y del cultivo de camarones. Se llega por la carretera asfaltada de Cosigüina y se avanza por la trocha que termina en Mechapa, un caserío costero con una playa desolada, a cuya población le extrañó el paso de vehículos con placas de Honduras y las repentinas romerías de gente cargada con bolsas y sacos de granos básicos, plátanos y otros alimentos.
La gente se fue afincando en el predio que aseguran es parte de la iglesia que dirige Sánchez, el “ungido” que los ha atraído hasta aquí.
La casa de Sánchez está en una esquina de la propiedad. Se trata de una construcción modesta de bloque, sala y dos habitaciones, y paredes de caña en la construcción de la cocina en la que ahora hay un ajetreo de mujeres que usan el pelo y faldones larguísimos. Los cabellos los llevan recogidos en colas atadas en la nuca y algunas trenzas.
Abundan los palos de nim en los alrededores de la casa y dan sombra en el patio donde se celebran reuniones con funcionarios que han llegado al campamento en las últimas dos semanas.
Más que una iglesia, el predio parece un refugio de damnificados que han sobrevivido a un desastre natural reciente. Los seiscientos que se calculan habían llegado hasta comienzos de la semana, han alzado champas forradas, por los cuatro costados, con plástico negro, y han armado pequeños ranchos abiertos, con techos de paja, donde se cocina y se acomodan víveres.
Aunque han venido para esperar un momento divino, según cuentan todos los consultados, mientras llega la hora trabajan y funcionan como un colectivo.
Unos se encargan de cultivar granos básicos: seis manzanas de frijoles y siete de maíz, en las tierras que alquilaron en La Grecia, la comunidad vecina.
Otros se encargan de cuidar la manzana de ajonjolí que está sembrada detrás de la vivienda de Sánchez. Mientras cosechan lo que están sembrando están sobreviviendo de los granos que trajeron cuando dejaron sus casas.
Ocampo dice que entre los 110 miembros de su iglesia juntaron 74 quintales de granos, frijoles y maíz, para compartir con los demás.
En uno de los ranchos, que custodia Julio César Soza, están los víveres que han ido acumulando y que se reparten a las mujeres que encienden en el fogón desde muy temprano. El palmeo de tortillas arranca a las cinco de la mañana. Se palmean más de mil en cada tiempo de comida, aseguran las mujeres.
Además del trabajo agrícola, otros se encargan de las tareas de construcción y de garantizar los servicios de agua y luz para toda la gente. Construyeron un pozo que bombea agua todo el día y en estos tres meses se han construido tres casas de concreto a un lado de la casa de Sánchez. A un lado de la casa también han instalado baños y servicios higiénicos.
Una parte de los hombres, sobre todo los hombres que han venido de Guatemala se dedican a la construcción de bloques.
Ronaldo Sarceño es de Villa Canales, Guatemala. Dice que de allí se vinieron 42 personas hace poco más de un mes. La mayoría se dedicaban a la construcción y es lo que están haciendo ahora en Venecia.
Al ser consultado desde cuándo conoce a Sánchez, con cierta ironía Sarceño contesta:
“Hace muchos años, desde antes de la fundación del mundo”, comenta en voz baja. El resto a su alrededor sonríe.
Se desconoce con exactitud desde hace cuánto existe esta iglesia. Sus seguidores aseguran que conocen a Sánchez desde hace muchos años. Los hondureños, por ejemplo, dicen que a la Ceiba llega desde hace más de tres años. Cuando menciona al misionero William Branham y se les pregunta si se trata del mismo grupo religioso que fue noticia hace dos años en Ayapal, por protagonizar una matanza en aquel poblado del norte, aseguran que “al principio sí lo fue” pero luego Sánchez rompió con ellos. Aseguran que existe un video que evidencia esa ruptura.
Desde que se supo de este grupo religioso, que algunos no han dudado en calificar de “secta”, flotan en el ambiente las comparaciones con otras situaciones de manipulaciones religiosas que han acabado en tragedias en otras partes del mundo. El caso de los davidianos en Waco, Texas, en 1993, que acabó con la masacre y la quema de decenas de seguidores de David Koresh, pero también la tragedia en Guyana, en 1978, que acabó con un suicidio colectivo de al menos 909 personas.
Kevin, uno de los hondureños que está en Venecia, dice que de esos temas han hablado los funcionarios de Gobierno. “Nosotros conocemos bien esos casos”, dice el joven hondureño.
La esposa del pastor Javier Sánchez está en la cocina y no quiere hablar. “Ella se pone muy nerviosa”, dice Martha, la hija menor. “Nosotros queremos de vuelta a mi papá”, reclama.
“No hay motivo, no estamos cometiendo ningún delito”, dice otro de los seguidores. “Aquí nosotros no dependemos ni de Gobierno ni de nada, todo eso es de nosotros, tenemos frijoles, seis y siete de maíz. Tenemos ajonjolí. Tiene casi cuatro años el hermano de estar predicando esto. Nos trajo la palabra, el atractivo es la palabra. Estamos esperando una transformación, un rapto”, dice Roberto Orellana, hondureño de 53 años.
¿Eso puede implicar que van a morir?
“No. Vamos a ser transformados”, asegura, y él como los demás, insisten sonrientes en que no saben cuándo sucederá eso, pero que están felices de estar aquí juntos.
Ocampo dice que otros han fracasado porque no estaban con Dios, porque “la palabra del Señor no conoce el fracaso”.
DEJARON CUIDANDO
Para venirse, Sarceño dice que no se deshizo de nada. “Yo vivo bien allá. Tengo todas las comunidades. No he vendido nada. Ya es decisión mía si lo vendo o no”, dice Sarceño y asegura que se quedará aquí “hasta que el señor lo diga”.
Jesús Ocampo también asegura que no ha vendido sus tierras para instalarse en Venecia. Ocampo explica que si acaso vendieron alguna bestia, pero que la mayoría encargó el cuido de la propiedad a algún pariente.
Cándido Ramos, 63 años, quien vivía a una hora de San José de Bocay, dejó su casa al cuidado de una nieta. Ramos fue hace poco y trajo ocho sacos de plátano y otros alimentos.
Al consultarles todos insisten en que nadie los ha hecho vender nada y que lo que traen es por la voluntad de compartir con los demás este “encuentro de felicidad”.
Durante la semana celebran cultos los jueves y los sábados, pero también celebran oraciones a distintas horas del día. Nada distinto a ningún culto evangélico de cualquier otro templo. Sin embargo, el pastor Augusto César Marenco, explica que este movimiento religioso no tiene ninguna relación con las iglesias evangélicas del país.
SIN SALUD Y ESCUELA
Las autoridades han dicho que de los seiscientos que están en Venecia, 330, la mitad, son niños que no están en la escuela.
“Eso sí es cierto, pero igual el que quiere puede continuar. Aquí a nadie se tiene presionado”, dice Martha Sánchez, de 15 años, la hija menor del pastor Sánchez, quien llegó hasta sexto grado, en el 2010, y luego dejó de estudiar.
“En mi caso si hubiera seguido mis estudios estaría en cuarto año de secundaria, lo dejé hasta tercer por seguir la palabra”, explica Alexa Saraí Pozo, 20 años, de origen hondureño.
Y sobre la resistencia que hay para atenderse por los médicos, “ellos dicen que es Cristo el que sana”, aseguró Marcia Ramírez, ministra de Familia, el martes durante la visita que hizo al campamento.
Frente a la casa de Sánchez, las autoridades improvisaron un pequeño puesto de salud. Sin embargo, a pesar que se han reportado casos de varicela y problemas respiratorios, muy pocos se acercan.
Tres de los ocho hijos de Cándido Ramos, que han venido con él hasta el campamento, están fuera de la champa, acostados en una esponja sin forro que está a la sombra de los árboles. Los niños tosen y tienen sarpullido en los rostros y el cuello. El clima caliente de esta zona ha hecho mella en la salud de los menores.
Evarista García, la esposa de Ramos, quien carga a un niño de meses, dice que ya los llevó al puesto de salud y que le dieron acetaminofén, pero para quien los va a sanar, como los ha sanado hasta ahora en aquella comunidad perdida de San José de Bocay, donde todo es precario, es el Señor.
RESTRICCIÓN
El pasado viernes, el Gobierno restringió el acceso a Venecia, donde están afincados los seguidores de este grupo.
Durante la semana había seguido llegando más personas a sumarse a la propiedad de Javier Sánchez, donde se ha formado una comunidad que espera el “rapto”.
Los líderes de este grupo todavía están bajo investigación, según afirmó el pasado miércoles la jefa de la Policía Nacional, primera comisionada Aminta Granera, quien evitó brindar detalles sobre el avance de las investigaciones.
Junto con Javier Sánchez se reportan otros 12 detenidos, entre ellos tres hondureños y dos menores de edad.
Los seguidores aseguraron que la Policía Nacional se habría llevado dos computadoras y 3,600 dólares durante el allanamiento, sin orden, aseguran, que se hizo el jueves antepasado.
“HAY QUE DARLE RESPUESTA RELIGIOSA”
Para el profesor de filosofía de la Universidad Centroamericana, César Sosa, este caso es un reflejo de “personas que buscan vivir su fe con radicalidad”, pero también cree que se trata de grupos que están intentando “buscar una respuesta religiosa” a la crisis generalizada que arrastran. Sosa considera que además del acompañamiento estatal, policial e institucional se les debe dar una respuesta religiosa.
“Estos grupos muchas veces buscan en el texto bíblico interpretaciones que les expliquen esas crisis”, dice Sosa sin embargo, cree que existe un problema cuando siguen literalmente los textos bíblicos que deben interpretarse.
CLAVES DE UNA SECTA
Se denomina como secta religiosa a un grupo que reúne ciertas características, sobre todo cuando existe una desvinculación de los libros y postulados bíblicos, pero también cuando existe una tendencia al aislamiento de la realidad o se renuncia al pensamiento crítico. En las sectas religiosas también se exalta a un líder. Para el pastor Marenco, la desvinculación con la realidad es uno de los elementos preocupantes en estos casos, lo mismo que la afectación a terceras personas, como a los niños, por eso cree que las autoridades están llamadas a tomar medidas sin atentar con el derecho a la libertad de culto que consagra la constitución del país.