El sábado 29 de febrero comenté que desde un principio Ortega trató de imponer, con violencia, el monopolio de las calles a través de sus fuerzas de choque. Esa era una de las derivaciones del “Pueblo-Presidente”, hasta que conocimos la variante más peligrosa y sangrienta de sus fuerzas de choque en los llamados paraestatales o parapoliciales, como es el nombre técnico usado por las organizaciones internacionales de Derechos Humanos, o paramilitares, como se les conoce periodística y popularmente, hasta por las propias organizaciones orteguistas.
Las vimos actuar en la Catedral de Managua durante la misa de cuerpo presente del sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. El esquema de funcionamiento es el mismo: cuadros del orteguista FSLN —porque el FSLN ha dejado de ser proyecto político, y es una maquinaria de poder “privatizada” por Ortega— van y recogen gente en los barrios, entre los que se confunden pandilleros, y los llevan a ocupar determinadas posiciones y reprimir. En el caso de Ernesto Cardenal, los tres días del decreto de duelo oficial resultaron tan cínicos como el alegato del intento golpe de estado como calificaron a las protestas de abril, o las supuestas agresiones para el país de que acusan a las sanciones internacionales.
Hay al menos dos consecuencias hacia futuro de lo que vimos en Catedral. La primera es que esas fuerzas de choque, que se mimetizan o confunden con pandilleros y grupos paramilitares, terminen en redes permanentes del crimen organizado en torno al tráfico de drogas, y se forme un corredor del crimen organizado desde Venezuela y Colombia hasta México. No es difícil imaginar ese escenario si se tiene en cuenta la descomposición de la Policía y del sistema judicial, y el hecho que se esté utilizando los delitos penales de crimen organizado, tráfico de drogas y similares, para enjuiciar a los presos políticos, y después la opinión pública tendrá dificultades en distinguir la paja del grano.
Lo segundo, el país con sus principales actores institucionales y personales, y la comunidad internacional, estamos comprometidos con la expectativa que la crisis se solucione pacíficamente, lo que significa en resumidas cuentas a través de elecciones.
Para la preparación de esta opción, la Coalición Nacional ha venido realizando esfuerzos, siempre bajo acoso y asedio, para organizar a la oposición. La pregunta es si habrá libertad de movilización y que se realicen sin presos políticos, entre otras condiciones mínimas.
Ortega, como bien lo sabemos, intentará dividir a la oposición y a la comunidad internacional. Y parte de su estrategia será dar algunas condiciones para que una parte de la oposición participe, y otra no, porque para unos no hay líneas rojas o son mínimas, y para otros sí existen en cuanto a un mínimo de condiciones para una elección democrática creíble. Y en las mismas condiciones está la comunidad internacional.
Debemos, entonces, saber lo que se propone Ortega, para anticipar sus movidas.
El autor es sociólogo y economista, fue candidato a la Presidencia de Nicaragua.