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La revolución de los tontos

La ignorancia es atrevida. Porque no sabe. La incultura es extrovertida. Porque no conoce. El desconocimiento es ruidoso. Porque no comprende. Son muchos los iletrados que se llenan de experticia acerca de temas que ignoran. La ignorancia es un oxímoron.

Una revolución es un cambio violento y radical de los valores o estándares establecidos. Un levantamiento de los oprimidos para desbaratar las cadenas que los retienen y hacerles frente a aquellos que los han pisoteado. Una insurrección es la representación física del malestar de un pueblo, gremio u organización.

Ya nos hemos acostumbrado a que las revoluciones sean un levantamiento abrupto y desolador, liderado por un individuo que busca ser jefe de Estado de por vida, chupando del seno de las arcas de la nación. Las insurrecciones que vimos durante la segunda mitad de la centuria pasada nos han enseñado a temer a esa palabra. El miedo a este término nos hace buscar un camino alterno para no tratar con lo que puede desembocar en una guerra civil.

Una sublevación. Eso es lo que ha sucedido en todos los centros educativos alrededor del mundo. Un cambio radical de los valores establecidos a mano de los oprimidos. De los pisoteados. Una revolución. Pero ¿quiénes eran los humillados del sistema educativo? Los tontos, los mensos, los alelados, los bodoques, los bobos. A partir de los años noventa, las hordas de palurdos han logrado machacar las defensas de las escuelas y las universidades. Son los mismos que no podían unir dos líneas en el salón, aquellos que no hacían nada una vez empezada la clase son los que están ocasionando una metamorfosis en el pensamiento social. Entonces los imbéciles salieron victoriosos. Una vez hechos con el poder de la educación han ido por la política y están ganando.

Los mentecatos, en un breve y poco brillante momento de astucia, descubrieron el poder que tenían en sus manos. Se les reveló, cual Virgen en Fátima, que utilizando su propio peso muerto podrían cambiar el sistema mismo y modificarlo a su favor. Y eso han hecho desde entonces. Utilizar su crucial habilidad para sortear cualquier mínimo obstáculo para poder continuar en su lenta travesía por el río de la vida sin preocupaciones, sin expectativas, sin desilusiones.

Los cambios, para mal, han deformado lo que se conocía como virtud académica. Esta metamorfosis ha desvirtuado el paradigma del estudiante y difuminado la esencia del profesor. Sus acciones en el mundo académico han empezado a hacer eco en el día a día de los que no tienen nada que ver con las aulas de clase.

Y la revolución de los tontos se consolidó. Han conseguido todos los objetivos que tenían en mente. Se les ha premiado por ser los menos avispados del grupo. Se les otorgaron medallas por asistir. Ahora desean más. Desean no tener que avergonzarse ya por su incultura, quieren vivir en un mundo uniforme. Un viejo truco para conseguir esta igualdad es la censura. Quieren un Fahrenheit 451 en la vida real. La destrucción total y perpetua de todas las herramientas del conocimiento.

Y entonces la revolución de los pasmados fracasó. Porque sus planes tienen una gran y hemorrágica falta. Su poca coordinación neuronal les impidió ver que dentro de toda revolución, siempre, debe haber una mente maestra que sea la encargada de administrar las pasiones y acciones de los participantes. Su reyerta tiene mucho corazón y poca cabeza. Mucho músculo y poco seso.

Por eso la intentan salvar abriendo nuevos frentes, plantando nuevas semillas para futuros levantamientos; pero de poco les valdrá sin un verdadero cabecilla que guíe sus acciones, sin ojos para guiar sus golpes.

El autor es escritor panameño.

Opinión
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