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Hombres de paja y psicoactivos

A nadie le gusta ser el que carga la culpa. El responsable. Aquel que, debido a un error, una acción voluntaria o a una mala mano de baraja en la vida, se convierte en la pieza principal de un desastre. En nuestras cabezas siempre somos el héroe, el protagonista. La historia que nos narra nuestra consciencia debe terminar con un final feliz, ese es nuestro derecho sagrado, ¿cierto? No podemos quedarnos a la mitad, no podemos perder el camino, ¿verdad? Al personaje principal todo le debería salir bien. Es esa incertidumbre, esa intriga que se refugia dentro de nuestro pecho lo que nos ocasiona pesar. Es ese sentimiento lo que nos obliga a huir del compromiso.

El miedo, los nervios, las lágrimas y la ira son sensaciones válidas para intentar esquivar el deber de enfrentar la tormenta. Esos pensamientos, la pesadumbre, el dolor y la indefensión son fracciones del camino que hay que recorrer para sobreponerse ante ellos. Una gran parte de la solución está en reconocer y hacerle frente a las consecuencias. Es ahí donde está la parte más importante de sanar, poner el punto final a los problemas, darle conclusión a un capítulo de nuestro largo cuento.

La falacia del hombre de paja hace referencia a los muñecos que se usaban en la Edad Media para practicar el arte de la espada. Figuras antropomórficas que son más sencillas de vencer que un combatiente real. Este error lógico se utiliza para dar la impresión de haber vencido cuando en realidad solo se ha cambiado la perspectiva del problema a uno más obvio, sencillo y monótono. Lo peligroso de este fraude es lo fácil que resulta dejarse caer por él y ver en el oponente rasgos caricaturescos similares a aquellos del espantapájaros.

¿Qué sucede cuando se juntan el miedo al rechazo, a la derrota, al final incorrecto de nuestra historia, con una visión exagerada de hombres de paja?, ¿qué sucede cuando a esto se le suma el uso excesivo de medicamentos? Se crea una generación enganchada. Miles de yonkis que viven solo hasta su próxima dosis. Individuos que prefieren dejarse llevar por la corriente de la melancolía, apartarse del dolor y vivir dentro de un envase de pastillas. Ya se ha hecho costumbre recetar antidepresivos y ansiolíticos, es nuestro deber buscar una opinión que nos beneficie. Conseguir a un traficante legal. Lograr la carta blanca de píldoras. Luchar en contra de los vaivenes de la vida para poder seguir supliendo la creciente necesidad de más fármacos que alteren nuestra mente.

Ha sido tan fuerte el golpe que ya no discernimos entre dolencia y reacción. Entre salud y drogodependencia. Este declive sanitario ha venido de la mano del maremoto de concienciación mediática sobre salud mental. Una buena teoría para exponer a la luz pública un problema que llevaba años escondido tras las puertas del hogar. Un secuestro a manos de nuestra propia mente. Un plan que, de llegar a resultar, ayudaría a millones de pacientes con enfermedades sin cicatrices, pero que en la práctica solo ha hecho empeorar el panorama.

Y es que sentimientos tan naturales como la tristeza, la soledad o la impotencia se han convertido en puntos a favor para ser candidato a la receta de medicamentos. Y los culpables también han perdido fondo y figura. Ahora son hombres de paja, meras imágenes sin parentesco con la realidad, caricaturas, muñecos que hacen de la vida un infierno para miles. El futuro se ennegrece. La burbuja médica va a reventar dejando a miles de adictos a la intemperie y haciendo casi inservibles los años de esfuerzo de activistas y doctores que deseaban combatir con enfermedades visibles. 

El autor es escritor panameño.

Opinión

COMENTARIOS

  1. Hace 3 años

    Según dice al final del texto “el autor es escritor” y ciertamente da pena decirlo pero que mal escribe este señor. Ha juntado letras y palabras para formar una retahíla sin sentido.

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