14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El cinismo de un extranjero

Revuelvo la mirada y a veces siento espanto, miedo y asco de lo que veo, de lo que siento,  de lo que escucho, de lo que me rodea. Porque ya no está el cálido sabor a casa que degustaba con fruición al tomar una bocanada de su denso y húmedo aire. Porque ahora es un cascarón vacío y podrido. Porque ya no me siento seguro dentro de sus paredes. El cambio que dio fue tan rápido y profundo, tan raudo y acentuado, que te pierdes en él en el más corto de los parpadeos. Y confundido, alterado y triste, te cae encima el peso de sentirte un extraño en la tierra que creías conocer. Un extranjero que recorre los polvos batidos por su infancia. Un prisionero en la libertad de su vida. Un ladrón de los segundos que ya pasaron. Entonces, abatido, te resignas al destierro y te alejas recorriendo calles de papel, saboreando los recuerdos del pasado, los cuales, a pesar de no ser la panacea, si los comparas con los días que corren ahora, se convierten en esa belle époque de la que tanto hablaban los aristócratas franceses de finales del siglo XIX.

Me siento un extranjero, sí. Porque mis valores han quedado desfasados y mis ideas atrasadas. Porque no veo en la autocomplacencia de la vida virtual un espacio en donde resguardarme, ni soy fanático del atronador grito de la arrogancia y la vanidad. No siento que la publicación de la privacidad sea una celebración del avance tecnológico, pero tampoco veo en el cinismo un recurso para el cambio. Porque el cínico ve problemas en las soluciones, el vaso siempre está medio vacío. Pero qué más queda para combatir el aburrimiento y el desdén que siento por todo lo que me rodea. El margen es estrecho para disfrutar, la vida pierde sabor y las emociones quedan desabridas. Relegado a ser testigo de cómo la sociedad se come a sí misma, contemplando la desesperación de no poder hacer nada, asfixiando el ímpetu de hacer algo, manteniendo el ritmo dictado por gente ajena a mí, observando el fusilamiento del libre albedrío y escuchando la celebración del público que especta la ejecución.

Obsesionados con las apariencias, fascinados con la esclavitud moderna, nos encadenamos a mantras de unos y ceros, nos relajamos dentro del control del Gran Hermano convirtiéndonos a nosotros mismos en los mecanismos mismos de control. Ya la libertad no existe, solo el libertinaje. Ya el erotismo no existe, solo la vulgaridad. Ya la fatiga del esfuerzo no es recompensa suficiente para las suaves manos de quienes buscan enriquecerse fácil y rápido. El placer queda repartido en pequeños instantes a lo largo de los días porque la revolución tecnológica ha sido un fracaso para el avance del espíritu humano, convirtiendo a millones en ovejas del rebaño digital, parte de una manada lobotomizada por las grandes empresas. Porque la comodidad de estar dentro un gran grupo soslaya el poder del individuo. Derribando los pilares de occidente y marcando a los que no encajen dentro de los límites marcados por los oscuros mesías de la red. Una granja de tristeza, vergüenza y manías que mantienen vivo el engranaje de consumo continuo de contenido vacío.

Me siento extranjero, sí. Porque no me encuentro dentro de un grupo. Porque no me siento parte de la manada cibernética. Me siento un extraño en un mundo que ya no reconozco, uno donde la admiración ha pasado de moda para que se asienten la envidia, los celos y el resentimiento. Y estoy cansado de sentirme así, estoy harto de desconocer el puñado de tierra en el que he dejado sangre, sudor y lágrimas por descubrir.

El autor es escritor panameño.

Opinión destierro extranjero infancia libertad valores morales
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí