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Vidaluz Meneses o la palabra que arde

Bibliotecóloga, ensayista, activista cultural y social, Meneses entra por la puerta grande del llamado Coro de voces femeninas de la poesía de mujeres nicaragüenses, suscritas en los años setenta, con Michéle Najlis, Rosario Murillo, Gioconda Belli con su erotismo, sumándose las poetas pioneras, María Teresa Sánchez y Mariana Sansón, entre otras

El lamento de las mujeres

¡Ay, Dios mío!
¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos!
¿Esta carne puesta en nosotros como un guante arrugado?
Huesos tomados deprisa de alguna lujuriosa cama,
y por ímpetu, el empujón del diablo.

La mancha hiptálmica

¿Qué tiene esa pared? Levanté también la vista y miré. No había nada. La pared estaba lisa, fría y totalmente blanca. Sólo arriba, cerca del techo, estaba oscurecida por falta de luz.

El tren a Burdeos

Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930.

Gallo loco

Tony Bring está solo, sentado y es medianoche. Entre otras cosas, piensa en un ordenado desorden, una justicia desquiciada, una fría desunión que permite que un individuo se siente tranquilamente frente a su chimenea mientras alguien arroja una piedra y al hacerlo asesina vilmente a otro.

Grandes escritores y dramas

¿Se escribe mejor desde el dolor? ¿Hay que tener una vida donde haya habido padres ausentes, violentos, promiscuos o madres castradoras o idealizadas para crear obras maestras? A la vista de los hechos parece que sí, como muestran las vidas familiares de los grandes escritores de todos los tiempos, que recoge el libro Novela familiar, del ensayista y traductor argentino Blas Matamoro.

Un hemisferio en una cabellera

Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.

Mr. Jones

Durante el invierno de 1945 pasé varios meses en una pensión de Brooklyn. No era una casa sórdida, sino por el contrario, una antigua casa de tres pisos, agradablemente amueblada, que sus propietarias, dos solteronas, mantenían pulcra como un hospital.

El zopilote

Un zopilote estaba mordisqueándome los pies. Ya había despedazado mis botas y calcetas, y ahora estaba mordiendo mis propios pies. Una y otra vez les daba un mordisco, luego me rondaba varias veces, sin cesar, para después volver a continuar con su trabajo. Un caballero, de repente, pasó, echó un vistazo, y me preguntó por qué sufría al zopilote.

El abuelo

Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas, sombras movedizas y esbeltas, que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban, o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.

Pionero de la Nueva Ola francesa

Más que precursor, como se ha dicho equivocadamente, Claude Chabrol (fallecido el 12 de septiembre pasado a los 80 años de edad, en París, su ciudad natal) fue el primer cineasta oficial de la Nouvelle Vague (Nueva Ola), un movimiento que dividió el cine de la segunda mitad del siglo XX en un antes y un después