En el vocabulario de las relaciones internacionales existe un consenso bastante generalizado que la relación entre Estados Unidos y Reino Unido es “especial”. Esto justifica el análisis y la predicción consistentes en que a pesar de desacuerdos pasajeros, Londres y Washington terminan por forjar una coalición a prueba de todas las dificultades. Esta convicción, que raramente se cuestiona y cuya invalidez es difícil de probar, se amplifica y adapta a otra “relación especial” que resulta sumamente útil para justificar en principio compromisos, coaliciones y alianzas, e incluso tratados explícitos, que uno se pregunta por qué no han sido sublimados con anterioridad.
