Todos los seres humanos conocemos al menos dos planos de nuestra existencia. Sabemos de un mundo material o real que es todo lo tangible y visible y un mundo ideal, interno, espiritual. Este último nos permite intuir, percibir y sentir y es lo que comúnmente llamamos conciencia. La conciencia es una especie de dispositivo o GPS que se nos instaló cuando fuimos perfectamente creados y junto con el libre albedrío, estamos dotados de un conocimiento especial que nos indica cuándo hacemos o no lo correcto, independientemente del nivel cultural o posición social que se pueda tener dentro de una sociedad. Tan es así que cuando actuamos mal se dice comúnmente que tenemos remordimiento de conciencia.

Como en toda conquista se tuvo que pagar un precio alto para alcanzar la jornada de trabajo de ocho horas diarias.

A finales de 1989 yo estaba en la comunidad de Sebadilla, en Matiguás, en el corazón de Nicaragua.

El terrible atentado ocurrido en París, obra del yidaísmo, ha dividido a la opinión pública occidental.

Desde que encontré una temática relacionada con las economías sumergidas y los problemas de medición del PIB en la mayoría de los países, he centrado mi atención en las actividades económicas a las cuales no se les presta la verdadera atención que se merecen por el alto nivel de incidencia que tiene en el crecimiento y desarrollo económico de un país, una región o la importancia para mejorar la calidad de vida.

Nuestra Nicaragua ha dejado de ser la República que tiempo atrás solía ser. El atropello a la libertad de expresión por parte del Gobierno se ve día tras día.

Don Emilio Bruce, columnista del periódico costarricense La República, escribió el mes pasado un artículo magistral, lo tituló “Maldita prensa”.

Como excombatiente de la Resistencia Nicaragüense del Frente Norte FDN-ERN, condeno la agresión física y el daño a sus propiedades del cual fue objeto el recién pasado viernes Santo el empresario demócrata don Milton Arcia

En tiempo de Cuaresma y Semana Santa la palabra de Dios escrita en la Biblia nos enseña más que en otra época del año a encontrarnos con la piedad y el perdón que Él nos ofrece para reconciliarnos ante su Divina Providencia y vivir con esperanza el presente y el mañana.

La apatía y el desánimo se ven y se sienten por todos lados. Los más pesimistas piensan que ya no hay nada que hacer y que el orteguismo será para rato.